Escrito en Sintra

    10 dic 2023 / 09:17 H.
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    Nos fuimos acostumbrando a vivir en sueños desaparecidos. Toda la herrumbre de la melancolía que acerca el invierno a los labios de la memoria se endurece y oxida con sus nombres y preguntas que ya no necesitan respuesta ni consuelo. De pronto, los sentidos erizan determinadas estructuras celulares para romper la inercia del tiempo y situar el termómetro vital en el mercurio del aquí y el ahora. En un abrir y cerrar de ojos, las palabras vuelven a sus grandes fuentes, los parques engalanan su aventura con el delicado y húmedo pespunte de sus ocres, encendidos por la comisura de las últimas luces de la tarde y la belleza del agua toma la piedra como un amor desposeído. Contemplamos con ojos de cuento cómo los palacios maquillan sus porcelanas y el ángel de todos los relojes da su consigna a los jardines para que se empleen a fondo y el corazón de todo aquello que fue muriendo en las manos de nuestros propósitos vuelva a dar cuenta de su latido, como eso que despierta con el tintineo de las bombillas navideñas al sacarlas de sus viejas cajas o igual que vuelven a aparecer en nuestras vidas los sueños que un día dimos por perdidos.

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