Esclavos de la Ley
La libertad, ese bien preciado y maltratado, que ansiamos por encima incluso del amor, de la pasión o el dinero, y que, cuando se ejerce con valor, siempre se acompaña de la dignidad, sólo pervive si se cuida con esmero. Como esos amores buenos, esos que valen la pena. Pero, como bien dijo Cicerón, “para ser libres hay que ser esclavos de la ley”, y agarrarse a ella, y defenderla con uñas y dientes de aquellos que la retuercen hasta defenestrarla. Por la libertad, sea mía, tuya o de los otros, hay que luchar y hasta morir. Porque, a veces, casi sin darnos cuenta, se escapa entre los dedos, robada, e, indignados, nos preguntamos si esos cleptócratas no sentirán vergüenza de su traición. Cada cual fija su precio. Y lo cobra, o no..., pero siempre lo paga. Por eso, aun con el estómago revuelto de miedo, de asco y de enérgicas ganas de protesta, no desesperes; aun cansado de pelear y defender lo que es justo, no desesperes. Piensa en los que amas más que a tu vida, los que has alimentado, velado y besado hasta el infinito, y aunque, hastiado y rabioso, repitas en tu cabeza una y otra vez estas sencillas y lapidarias palabras “me gusta la fruta”, y sientas ganas de perderte... Aun así, si la causa es noble, no te rindas. Levántate y vuelve a la lucha.