Escenas fugaces

14 jun 2023 / 09:12 H.
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El teatro es algo efímero, como la arena. Una obra de teatro es como un castillo de arena, en mitad del desierto, erigido para que lo miren unos pocos agotados viajeros que atraviesan la inmensidad desértica en busca, quizás, de espejismos. Pero en apenas una o dos horas el viento se levanta y el espejismo de arena vuela por el cielo y se pierde para siempre. Nunca falla. La maldición del teatro es ésa, pero también su gloria, porque algunos granos de arena, a menudo, quedan prendidos en los ojos o los corazones de algunos viajeros y les acompañarán para siempre sin que ellos apenas lo noten.

Los escenarios son paréntesis de la vida, acotados por patas y bambalinas en lugar de estar delimitados por símbolos ortográficos semicirculares. Y en el interior de esos paréntesis, juega la realidad con su sombra, la ficción.

La realidad es ese reflejo cegador que no nos deja vislumbrar lo que nos rodea. Y su sombra, la ficción, a veces se nos sube a la chepa y absorbe un poquito de nuestra sangre, la suficiente para sobrevivir en un escenario sin andar trastabillando con hechuras de fantoche. Y con ese poquito de sangre y con una mochililla de palabras que van recogiendo y ordenando de entre las incoherencias que nos suelen salir diariamente de la boca, las ficciones se nos plantan un día, audaces, enfrente de un público y mirando fijamente a los sorprendidos ojos de la concurrencia, hacen estallar su mochililla esparciendo a diestro y siniestro sus letras mezcladas con la sangrecilla que dio vida a las ficciones. Y en ese extraño parto, a menudo se clavan letras en la gente y ocurre que en ocasiones se le juntan un puñado de palabras a un mismo espectador y unidas llegan a propiciar el nacimiento de una idea.

Tal vez existe un cementerio de los libros olvidados, pero no existe ningún cementerio de las obras de teatro, ellas no dejan rastro tras de sí. Una obra de teatro es algo más que un texto, que es lo que perdura. El texto es como el suelo de la obra, sin él los actores no tienen apoyo, necesitan estar todo el rato haciendo cabriolas por el aire porque nada les sustenta, y hacer acrobacias sin apoyo mucho tiempo resulta cansado tanto para el actor como para el espectador. Sin embargo con un suelo sólido los otros profesionales del teatro pueden hacer su trabajo con mayor comodidad. Los escenarios son paréntesis de la vida, acotados por patas y bambalinas en lugar de estar delimitados por símbolos ortográficos semicirculares. A veces es conveniente parar y releer nuestra existencia, subrayando algunas frases y atrapando ciertos silencios, para poder trasplantarlos, todavía calientes, con pulso y con latido a un espacio que nos rodea cotidianamente pero que no alcanzamos a ver, un lugar lleno de butacas más allá de nuestras estancias y más acá de nuestros tabiques, en una zona que sobrepasa los márgenes del mundo y la frontera de los días.

Los telones nos acechan en lo oscuro, inclementes, esperando asaltarnos en mitad de un acto, para obligar al público a abandonar nuestra sala. Pero entretanto, hasta que uno de esos embozados telones salvajes nos cubra, nos oculte a traición, nos complace utilizar otro tipo de telones, mansos, domésticos, amaestrados, para tratar de descifrar los caprichosos engranajes de esa extraña tramoya que es nuestra existencia.

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