Erótica del poder

13 ago 2020 / 16:32 H.
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Hay muchas maneras de ejercer el poder, desde las presiones de las altas esferas, donde poco —o nada, las más veces— se filtra hacia abajo, porque no se permite, hasta las miserias de los bajos fondos, de lo que incluso menos trasciende hacia arriba, porque no interesa a nadie, excepto cuando se convierte en materia narrativa. Recuerdo la excepcional película Los bajos fondos, de Akira Kurosawa, o la conocida y magistral novela de Mariano Azuela, Los de abajo. La microfísica del poder se extiende como un nervio, con sus filamentos y estribaciones, tocando fibras sensibles allá por donde pasa. Trueca a las personas humildes, a los pobres y modestos en miserables, porque vuelven la vida cotidiana en un trasiego febril y frenético de conspiraciones sucias y puñaladas por la espalda, sacando trapos sucios con encono. Sus frustraciones en el lodo son armas arrojadizas. En cambio, para los ricos, que amasan más poder, las complicaciones se constituyen desde otra óptica. El dinero al parecer ayuda bastante. Yo lógicamente hablo de oídas. Por lo general nos solemos quedar a cuadros, sin entender bien qué pasa, excepto la estructura melodramática que rodea a cualquier evento, una vez que se nos aparece como historia. Había una telenovela que se hizo célebre, Los ricos también lloran, y eso era lo que gustaba al populacho, precisamente ver desde la chabola o la sencilla salita cómo los ricachones vivían también con sus problemáticas irresolubles, y cómo la felicidad nunca es completa, consolándose.

Este sistema nos enfrenta a una realidad inexorable, ser el número 1, trepar por encima de unos y otros y erigirnos como el mejor, el indiscutible, el elegido. Hay gente que, llegado un momento de su vida, no sabe hacer otra cosa que trabajar para conseguirlo. No me refiero a trabajar como realización personal, sino a maquinar para conseguir poder, que es distinto, urdir una trama en la que se mezclan venganzas y ambiciones. Comenta Michel Foucault en Estrategias del poder, que la verdad siempre está ligada a él, a las estrategias que este despliega para asegurar sus razones, otorgándole autoridad e instaurando un “régimen” de verdad. Del mismo modo, el régimen del 78, que tanto se sigue alabando, y no son cierta razón, porque lo que había antes era aún peor, sin embargo no es perfecto. Con los años, no solo se han apreciado las grietas de aquellos asuntos que se quedaron sin cerrar, como por ejemplo una reforma del Código Penal, sino que acabamos tapando las cloacas de la dictadura, cegándolas, para abrir otras al amparo de la monarquía, cabeza visible del cuerpo de la monarquía parlamentaria. El poder llama al poder, se nutre de su propia erótica. Así las donaciones al rey emérito es como si las hubiera realizado el Ratoncito Pérez, y no cotizan. La inviolabilidad se ha transformado en una carga pesada para el Estado, que debe apechugar aunque le pese. Todo gobernante es bueno mientras no se demuestre lo contrario, y en muchas décadas asistimos a un silencio acordado de los medios de comunicación sobre los negocios del soberano, que ya no se pueden seguir ocultando. Me pregunto si es recomendable que una persona acumule impunidad para campar a sus anchas tantos años, sin ningún control o rendir cuentas, sea rey o no. Para eso, supongo, se inventó la República, las rotaciones y elecciones de los cargos públicos.

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