Entre la lluvia y la guerra

30 oct 2023 / 08:57 H.
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Por fin ha llegado el otoño. Casi sin darnos cuenta la lluvia ha recorrido nuestra provincia, ha limpiado el oscuro y grasiento asfalto, las farolas que alumbran calles viejas del centro donde se resguardan la tradición y los susurros de épocas pasadas; farolas que alumbran calles nuevas que —como murallas— rodean la ciudad. La lluvia ha limpiado parques, bancos de madera y metal donde los ancianos descansan, charlan y toman el sol que se escapa entre las nubes mientras miran a los niños y niñas escalar la escalera del tobogán. Luego, las criaturas se deslizan por la lengua fría de acero hasta tocar con los pies el agujero del suelo; esculpido por miles de pies diminutos que disfrutan del vértigo que produce esa caída al vacío, a pesar de que su madre espera abajo con los brazos abiertos.

No puedo evitar pensar en los niños y niñas de la guerra, no importa si es en Ucrania, Israel, Palestina, Afganistán, Yemen o República Democrática del Congo; Una guerra es igual de devastadora en un lugar que en otro. Es evidente que en este momento las imágenes más impactantes llegan del pueblo palestino e israelita. Una niña levanta su mano sujetando una flor rosa de globos de helio, bajo sus pies cristales, a su alrededor escombros y ruinas de edificios que fueron hogares. También allí es otoño, pero la lluvia es diferente. Es de acero.

Mi mundo gira entorno a los niños y niñas en edad escolar, de adolescentes que buscan su lugar en el mundo, su lugar dentro del grupo de amigos. Jóvenes que buscan aficiones sanas en un universo virtual corrupto, al que tienen que enfrentarse sin más armas que su propio criterio. Un criterio demasiado verde. Fresco como esa gelatina blanca que venden envasada en una tarrina de plástico y la llaman queso, pero yo conozco el sabor del queso recién hecho, lo hacía mi madre con sus propias manos y sé distinguir cuando me venden un producto con el nombre de algo que no lo es. ¿Qué sucede con esa joven generación a la que no hemos enseñado a distinguir lo real de lo imaginario? ¿Y qué de los que creen que son lo mismo los amigos con los que salen a tomar un helado, con los que juegan al fútbol; y los amigos que esperan al otro lado de la pantalla? ¿Qué me decís de los que usan la inteligencia artificial para desnudar cuerpos de mujeres como si fuese algo gracioso? En el otro extremo, adolescentes que estudian cómo sobrevivir en una guerra, cómo resistir a un secuestro, cómo escapar del infierno de una ciudad derruida en la que no cesan los proyectiles.

Se nos ha olvidado enseñar a distinguir lo verdaderamente importante de lo que sobra. Se nos olvidó enseñar la alegría de compartir lo nuestro, por poco que sea- con el que vive a mi lado, la necesidad de ayudar a quien precise nuestra colaboración o nuestro apoyo sin esperar nada a cambio. La satisfacción de trabajar codo con codo con las personas que nos rodean y avanzar juntos, como hormigas que van y vienen por caminos ondulantes que llevan a un mismo hormiguero. Cargadas, se saludan, rozando sus antenas al cruzarse. Hemos ignorado transmitir la importancia de cuidar el grupo, entendiendo como grupo a toda la especie, la humanidad. Solo hay que observar a las abejas, cómo se esfuerzan en beneficio del grupo y nunca en beneficio propio.

La lluvia cae cada vez con más fuerza, el viento zarandea las ramas de los árboles con tal violencia que amenaza con destruirlas. El suelo se cubre de hojas demasiado jóvenes para morir, aún conservan el verdor y el vigor de la adolescencia. Me parece un símil de la guerra demasiado real y proclamo mis ganas de haber nacido abeja, incluso hormiga. Declaro mi repugnancia por gobernantes/autoridades incompetentes, incapaces de abrir vías diplomáticas que se anticipen a conflictos armados.

Me cuestiono si el ser humano no habrá retrocedido hasta el instante en que no podía pensar porque aún era un animal que se guiaba únicamente por un instinto homínido salvaje.

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