Entramados financieros

04 nov 2021 / 19:35 H.
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Uno quiere hacer unos espaguetis con tomate y va a la tienda y compra unos tomates, los paga y se vuelve a su casa para cocinar. Hasta ahí estamos de acuerdo. Pero no todo en la economía es tan sencillo como eso, una simple transacción. Vivir el día a día así, sin mayores complicaciones, con algo de dinero para un poco de verdura, no resulta problemático. El asunto, sin embargo, es muchísimo más jodido, y endiabladamente complejo. Para empezar, habría que preguntarle a aquellos que no tienen para comprar nada; menos incluso dónde cocinar.

Tal vez las pensiones sean uno de los activos más importantes que los fondos de inversión manejan. Ya se sabe, con paciencia de hormiguita vamos ahorrando para encontrarnos ese dinero en el futuro. Ahora que el índice de mortalidad en los países desarrollados se ha elevado hasta niveles insospechados y alarmantes, esas naciones donde la pirámide poblacional se ensancha en su cúspide, con tantísimos ancianos octogenarios y nonagenarios, las políticas inherentes al Estado del Bienestar —cómo no— se están cuestionando de nuevo. De hecho se cuestionan desde la década del 80, es decir, si no debería la gente trabajar mínimo hasta los 70 años e incluso más. El discurso neoliberal argumenta que si alguien cotiza a la Seguridad Social hasta los 65 años, y luego va a ir poco a poco recuperando lo invertido hasta que muera, podría darse que viva más cobrando la pensión que los años que aportó a las arcas públicas. Y eso no trae cuenta. En el caso de los seguros privados, se trataría de que una empresa depositaria de todos esos dineros acumulados por sus esforzados ahorradores, se expone a devolver lo que recibió, generando un problema grave, ya que tampoco salen las cuentas. Leyes básicas, claro. Imaginemos por un momento que un virus letal aparece de repente en nuestro bien amado planeta Tierra, un virus mortífero para los mayores, las personas delicadas de salud, todos aquellos que de una manera u otra han pagado año tras año sus seguros, privados y públicos, y que ahora plácidamente disfrutan. Un virus que matará a mucha gente, es cierto, pero que entre sus especiales víctimas, en torno a un 95 %, y son datos recientes, son ancianos. O sea, gente que cobra pensiones, planes de pensiones...

No voy a ser malévolo ni plantear teorías conspiranoicas, porque habría quien acabase en plan negacionista, y no quisiera que se me malinterprete. Ni mucho menos. Además, vaya por delante que me puse la vacuna en julio, mis dos dosis de Moderna, y he sido cauto y sensato, fervoroso defensor de la ciencia. Pero que conste que los fondos de inversión, gestión de inversiones y activos, sobre todo de Nueva York y Londres, los que vigilan a los vigilantes, los que controlan a los controladores, aquellos que están sacando tajada de este desastre social y humanitario, los mayores gestores de fondos de inversión, los mayores proveedores de fondos cotizados, desde BlackRock hasta Vanguard, etcétera, alientan a la ciudadanía para nos pongamos todos la vacuna. Y digo yo, señoras y señores, amigos y amigas, a modo de pregunta que pretende ser ingenua ni retórica, ¿desde cuándo preocupa nuestra salud a estos gigantes de las finanzas, los más poderosos y grandes del mundo, estos enormes grupos empresariales que fiscalizan a todos los bancos, emporios bursátiles y entramados financieros del planeta?

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