Entereza de espíritu

    24 jun 2019 / 13:29 H.

    Al igual que la ciencia formula leyes universales independientes de las creencias y los valores humanos, la política moldea a candidatos dependientes de sus propios intereses particulares. Cómo duele el engaño a los ciudadanos. Cuánto sufre la libertad de conciencia, esa cuya actividad principal se nutre de estimular el bien de los demás. Hay que dejar de lado las emociones subjetivas que ignoran o eluden el bien común. Hay que reorientar la mente para entender y adaptarse a un lenguaje que se aleje de la mala praxis. Hay que ser muy falso para caer en el arte de hablar y prometer mucho y luego no cumplir con nada. ¿Planes elaborados con sentido común? Solamente el orden y el rigor convierten la acción política en una experiencia única. Existe la obligación de no confundir el interés particular con la llamada vocación de servicio público. Se nos veda pues un modelo de vida que habrá que (el yo en segundo plano) descubrir juntos en la calle, el único lugar -sanctasactórum- donde se cierran las brechas que pretenden ampliar aquellos oligarcas que andan en connivencia con intelectuales tibios y contemplativos. Escarmentemos de una vez y aprendamos a dejar aparte la falta de voluntad y energía y la indolencia social, y miremos hacia un horizonte más tolerable. Que no se diga por ahí que nunca aprendemos, parapetados como estamos tras la discontinuidad de actos que desfallecen en sí mismos por resultar humillantemente esporádicos y baldíos. Observo la presencia de grupos aislados que quieren pero ofrecen un pobre ejemplo del discurso vindicativo, pese a que sus representantes regionales afirman que los tratan de igual a igual. La primera impresión de estos grupos es que su impulso vital se transforma por momentos en un torrente incontenible hasta que la cruda realidad termina por anestesiarlos. Dicen que son solo rumores, a cual más absurdo, los que hablan de luchar contra una indolencia que aparenta ser más dura de roer de lo que es en realidad. Padecemos hemiplejia cultural, reivindicativa... y falta autoridad moral para desengañar a muchos convencidos del manido: “No hay nada que hacer, a mí que me dejen como estoy” ¿Hay que derribar la estructura o apuntalar principios desvencijados? No queda otra, urge escuchar que la regeneración llega mecida por palabras claras y pensamientos libres. Lucho en mi cabeza por reconvertir el relato materialista, de profunda bajeza moral, conformista e incapaz de rebelarse contra la injusticia política, geográfica... Pretendo, quizá inútilmente, que el relato desordenado sea terriblemente claro, que nos olvidemos de los complejos, de la resignación en el día a día y de la escalofriante expresión: “Lo más rentable en poco tiempo”. Sentencia el dicho popular que quien tiene la flor, la luce y, yo afirmo que quien tiene de su lado la razón, está obligado a blandirla ante el despellejamiento brutal: “homini lupus homini”, al que estamos sometidos por mucho que vigilemos el equilibrio de nuestros movimientos. Hay que prodigarse en actos reivindicativos que reflejen la intención de no esperar a que lo que vaya a ocurrir sea lo que deseamos, ya que los actos humanos tienen consecuencias y solo los ignorantes esperan porque son tardos en comprender. Aunque el desmantelamiento del tejido industrial y empresarial haya sido fraccionado y reducido a la nada, quiero oír que las partes afectadas se han unido y han conformado un gran colectivo cuyo denominador común focaliza su actual conducta en el recelo contra aquel que anuncia que hay que acabar con la falta de infraestructuras y tras años de espera, no consigue nada y se queda igual. Examinada la situación y tras meditarlo intensamente, los damnificados que han padecido o están padeciendo daños morales y perjuicios económicos durante el transcurso de esta crisis perpetua, no necesitan pedir permiso para hacer lo que tengan que hacer. Sea pues la voluntad legítima de los afectados, la que sirva como modelo ejemplar, o esa pauta a seguir que hace falta para alejar de una vez las prácticas viciadas e irracionales generalmente aceptadas.