Enseñar a morir
Al nacer venimos de un mundo de amor. Después habitamos y crecemos en otro como recién llegados con tiempo finito. He oído que más bien elegimos donde nacer. No sé yo. A cuyo “suspiro” denominan vida, pues cuando somos conscientes de que el final está cerca, lo vivido ha sido como un suspiro. Y con esa conciencia de que te queda poco, ya ni te cuento. Vida a la cual nos aferramos y de cuyo final, al que llaman muerte, sabemos muy poco o casi nada. Aprendemos a vivir de muchas formas adquiriendo experiencia en cada caída, pero lo que no asimilamos es como morir. Sí, a soltar amarras, a entender que es otra travesía que tenemos que hacer, y por ello estiramos el chicle hasta los límites negándonos a mirar a la cara a la parca por el puro miedo. He observado que se celebran muchos hechos, algunos establecidos en la sociedad como los nacimientos o los matrimonios, pero las defunciones se convierten en dramas por la falta de aprendizaje y conciencia de que los seres humanos somos energías envasadas en cuerpos que tienen fecha de caducidad. Deberíamos darle una vuelta a nuestra vida para valorar que enseñar a morir es aprender a vivir.