En un rincón de la memoria

    04 abr 2024 / 08:56 H.
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    Debe haber, en algún rinconcillo del cerebro, un espacio en donde se conservan los recuerdos que más te han impactado en la vida. Estas remembranzas deben estar comprimidas y saneadas, sin más detalle que el derivado del propio interés del almacenaje. Al desempolvarlas, es probable la contaminación fantasiosa, que conlleva una interpretación errónea de lo que ocurrió. No obstante, cuando no hay intereses por medio, suelen conservarse con la frescura inicial con que se archivaron. Este es el caso.

    Mi amigo era alcalde en aquellas lejanas fechas. Con una sonrisa agridulce inicial —que terminó en carcajada—, me comentó que un conocido de ambos se le había acercado para decirle: “Hoy te he defendido”. Al intentar hurgar en el mensaje, el susodicho fue algo más explícito: “Pues nada, que estaban criticándote y diciendo que te estabas forrando... Que te habías comprado un coche nuevo y que sepa Dios lo que te estarías embolsando... Pero yo salí a defenderte, como se debe hacer con los amigos...”. Nuestro alcalde, por aquello de la curiosidad y de autocorregirse, si fuera necesario, seguía sin enterarse con tanta palabrería y tan escueto meollo. Entonces le pidió más claridad. Y nuevamente la respuesta antedicha, de igual contenido y distinta expresión. Al fin, a fuerza de insistir, nuestro amigo común, en un alarde de sinceridad y afecto, reprodujo su lapidaria y laudatoria intervención: “Si ha robado, ¡muy bien que hace! ¿No están robando todos los políticos? Pues mejor para él, con el patrullón de niños que tiene...”.

    Menuda lección... Entretenerse en conclusiones ejemplarizantes sería imputar al lector de cierta desmaña. Está claro que, a pesar de que el tiempo transcurre y las circunstancias son distintas, una mayoría social coincide con el amigo de más arriba (que en paz descanse). ¿Qué habrá que hacer para cambiar el sambenito? Todos sabemos que es falsa la aseveración antedicha, como también es real que paguen justos por pecadores. ¿Tendremos que acudir, una vez más, a aquel sabio proverbio de la oveja negra, o a aquel otro de la manzana podrida, que echa a perder el cesto?

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