En la mesa y en el juego

    26 jun 2023 / 09:39 H.
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    El refrán era así: “En la mesa y en el juego se conoce al caballero”. Con independencia de que ya no haya caballeros en sentido literal, por ausencia de caballos; y exceso de coches, que convierten a quienes los cabalgamos en simples cocheros −o, por aquello de usar un térmico epiceno, en aurigas, el significado último del refrán sigue vigente: no hay más que sentarse a una mesa condumial, o echar una partidilla de lo que sea con alguien —que vale tanto para los “alguienes” como para las “alguienas”—, para descubrir quiénes comen “a dos carrillos y bola en medio” que se dice, y con quién nos estamos jugando los cuartos.

    Divago así antes de ir a donde quiero ir para precisar que lo de la democracia es como un buen banquete seguido de partida de dominó. Para lograr el trofeo de temporada, primero se confeccionan las listas de asistentes, luego se los pasea por la alfombra roja de calles y plazas públicas luciendo los teñidos rubores de su indumentaria.

    A continuación, y tras el banquete, se menean, se reparten, y se va envidiando con el ruido de las fichas de dominó hasta que se proclaman los ganadores. Ahí es donde a mí me gusta verlos, porque es entonces cuando, algo achispados ya tanto ganadores como perdedores, comienzan a enseñan la patita de lo que de verdad son.

    No hace tanto, con motivo de estar invitada a un acto de mujeres rurales, almorzaba yo junto a un alcalde de por estas tierras, ganador por goleada él en lo de las últimas urnas. Nos sentábamos a la mesa tras haberlo visto servir desayunos en persona, traer y llevar sillas como un simple postillón para que nuestras mujeres descansaran del exceso de vivir, acarrear en su coche ancianidades dificultosas y sudar la gota gorda, repartiéndose entre la gente como pan caliente en manos del Pillayo. Sentarse a la mesa y transfigurarse de “mozoespadas” en exquisito gentleman fue todo uno; lo que me arrancó un pensamiento que evité pronunciar con los labios, aunque se me escapaba por los ojos: ¡Dios, que buen señor para quienes ya no están por lo de ejercer de vasallos!

    Lo de las últimas elecciones fue de nuevo un juego donde hubo ganadores y perdedores, que ha sacado de sus covachas a muchos arrieros de erre que erre, a algunos cocheros de los de arrear acémilas a golpe de blasfemia y “me cagüen... todo lo que se mueve”. Pero también a muchos caballeros, como ese concejal “perdedor” que yo me sé, de eterna sonrisa, tenaz servicio a sus paisanos y mágica magia capaz de fabricar días de treinta y tres horas. Él, nada más saber que ya no estaría en el bando de los mandamases, cargó su mejor talante y se echó a preguntar que en qué podía seguir siendo útil en semejante banquete.

    Todavía no ha terminado el baile del anterior fiestorro, porque estarán conmigo en que esto de poder votar, aunque no se siente una servidora a la mesa de los invitados, es el mayor fiestorro para los viajeros de todo el mundo, insisto: no han terminado de recogerse los manteles del anterior cuando ya se están haciendo nuevas listas de invitados para otro banquetazo de los de vamos a ver quiénes ganan y quiénes pierden. El espectáculo está servido: otra vez en juego la mesa y el juego. Otra vez una oportunidad única y periódica de conocer de verdad a nuestros ayudas de cámara. Otra vez el destape de los necios y el descubrimiento de quienes, cuando ganan, lo hacen como elegantes comensales, sabiendo ganar con ese talante de servicio genuino que derrochaba el alcalde ganador a cuya mesa me senté yo hace bien poco, o perder como el concejal perdedor, al que llevo en mi corazón como referente del más alto señorío. ¡Sí señor! El refrán sigue vigente. “En la mesa y en el juego...”.

    Solo los grandes saborean el éxito de las urnas con la mesura adecuada para no echarse a dar dentelladas sobre los efímeros condumios que se les sirve.

    Solo los grandes saben jugar sin fullerías, sin envidiar al adversario a vida o muerte, a riesgo de acabar como en La Cena de Baltasar de Calderón de la Barca.

    Comensales o jugadores, lo importante es serlo. ¡Y parecerlo!

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