En espera

    11 sep 2023 / 09:05 H.
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    Transito las últimas semanas aguardando el final del verano con un espíritu tan alertado como el de aquellos griegos de antaño que, en la plaza del pueblo, esperaban un ejercito de bárbaros que no llegó. Sí, este tiempo referido siempre tuvo un aliento particular para quienes ocupamos lugar en alguna enseñanza reglada como docentes y discentes. Estos, con el alivio de comenzar el nuevo curso sin asignaturas pendientes. Los anteriores, regresados a la práctica que alumbró el pensamiento de Occidente: enseñar para la vida antes que para la escuela. Ágora participativa y reciproca en la que el saber, al margen de Platón, reclamaba espacios para la filosofía, pero también para la poesía. Verdadero bálsamo en los días de grisura que suelen acompañar nuestro vivir. Al cabo, estados de vigilia con tendencia al aviso ante otros de exilio o desaliento como los vislumbrados en “Esperando a los barbaros”, poema escrito hacia 1889 por Constantino Cavafis. Luz en épocas mutables que ensombrecen materiales bíblicos, con ciertas mutaciones desde los días del Renacimiento italiano. Probablemente, un modo oblicuo con acomodo en la lógica cultural mejor arropada de cuantas proceden del positivismo más avanzado a la hora de negar cualquier conciencia ética, cual, por ejemplo, la de acusar al otro aunque sea de modo improcedente. Recurso tan inmoral como atemporal que Michel Foucault soslayaba con una indiferencia que suelo hacer mía. Es verdad que no me gusta meterme en polémicas ni participar en ellas. Sin embargo, parafraseando a Foucault, cuando abro un libro, si veo que el autor acusa al adversario de izquierdismo dogmático (me sucede igual cuando la crítica se manifiesta de modo contrario), lo cierro y, de leerlo, procuro hacerlo en diagonal con el deseo de llegar antes al fin de sus páginas y dejar a la intemperie el calado visceral del autor, de cuya confusión, tan desprendida de aquel proceder en el ágora griega, acabará dando cuenta el transcurrir de los años. Sesgo, por lo demás, procedente del manantial de unas aguas filtradas con otras de una Italia que, entre otras cosas, riegan el territorio habitado por la sociedad actual, abundando en cualquier concepto que pueda suponer hurto o descapitalización para el recto proceder del pulso de los pueblos. Fluidos que, de algún modo, dejan abierta una profunda brecha entre la corriente de las aguas actuales y el mítico manantial que las configuró como aquel vivificador venero del que otrora brotaba la cultura occidental. Concepto originario que viene siendo trasegado, tanto y de tan malas maneras, que corre el riesgo de volverse una referencia para quienes gustan cultivar la mera erudición.

    Parecería que olvidamos alguna de las articulaciones que, históricamente hablando, se consideran más oportunas a la hora de referirnos a ciertas áreas de conocimiento. Por cuanto hace a lo clásico, encuentra la primera de las justificaciones en discursos hoy desechados por la modernidad. Pues su ideal supremo, como finalidad del hombre, consistía en alcanzar la verdad mediante la relación entre las partes y el todo de los seres y las cosas , sobre cuya armonía descansa el arte griego. Incuestionable paradigma de la belleza de aquel tiempo y, por consiguiente, también de todo el universo greco-romano, considerado el más elevado desiderátum de todo lo noble y sublime que los seres humanos han logrado crear. Mas hoy el espejo donde nos miramos suele ser otro. Aquella nobleza formal, como el concepto de verdad, otrora convenidos, han mutado en enfrentamientos de solapadas intenciones, tal y como fueron las llamadas guerras de religiones que dejan en cuadros como los de El Bosco, Pieter Brueghel... un reflejo de su terrible empeño. Pero también y con todo, la incontenida y brutal ceguera de pirómanos a sueldo que, sin reparo alguno, prenden fuego a la naturaleza. Según escribas y oradores de algún lugar, parecería que las primeras, tienen que ver con avivados recelos y prospecciones de futuro; lo segundos, aumentado por las tormentas que nos han llevado hasta septiembre. Pesada carga que no cesa con el drenaje de una sociedad amenazada por una espera que, de nuevo, me llevan a repensar el poema de Kavafis del que proceden los siguientes versos:

    ¿Por qué está el senado tan ocioso? / ¿Por qué se sientan los senadores y no legislan? / Porque los bárbaros llegarán hoy. / Y el emperador espera a su líder para recibirlo. De hecho, / le tiene preparado un pergamino como regalo, y en él le ha conferido / nombramientos y títulos sin cuenta... / ¿Por qué esta repentina perplejidad, esta confusión? / (...) ¿Por qué las calles y las plazas se vacían tan rápidamente, / todo el mundo volviendo a casa absortos en meditación? / Porque ha caído la noche y los bárbaros no han llegado. / Y algunos de nuestros hombres recién llegados de la frontera dicen / que ya no hay bárbaros. / ¿Y ahora qué va a ser de nosotros sin los bárbaros? / Aquellas gentes eran una especie de solución.

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