En el corazón de desierto
En el corazón del desierto de Tabernas, donde el paisaje parece desafiar la vida misma, una familia ha tejido una historia de éxito que trasciende fronteras. Oro del Desierto no es solo un aceite ecológico de excelencia; es un ejemplo de cómo una visión arraigada en la tradición puede proyectarse al mundo.
Desde este rincón marchito de Almería, Rafael Alonso, Carmen Barrau, y ahora sus hijos Rafael y Juanjo, han llevado su aceite a 34 países, demostrando que el esfuerzo, la calidad y la autenticidad son una apuesta segura. En Jaén, capital mundial del aceite de oliva, esta experiencia me ha hecho reflexionar: ¿y si apostáramos por añadir historia y tradición a nuestro aceite? ¿Y si apostáramos por envasar nuestros aceites en lugar de vender a granel? El valor añadido se quedaría en la provincia, la lucha de nuestra gente sería recompensada. Esta familia nos muestra que envasar quiénes somos y de dónde venimos no solo es posible, sino esencial para conquistar el futuro.
Durante mi visita, desde el desayuno en Los Albardinales hasta el paseo entre los olivos y la charla sobre sus proyectos, he comprendido que en Tabernas no solo producen aceite, sino que se han convertido en modelo. Un modelo que nuestra provincia, con su abundante riqueza olivarera, podría seguir para avanzar en la conquista de paladares con la marca de nuestra Tierra.
El día ha comenzado temprano, con el primer resplandor alumbrando la casa rural “Lechín”. Al abrir la ventana, el frío del desierto me ha saludado, limpio y cargado con aroma a tomillo, romero, resina y humedad. He cerrado los ojos y he aspirado hasta llenar mis pulmones de aire puro. Luego, el planeta ha frenado en seco y he podido contemplar el paisaje árido, lleno de vida y quietud. Después, he ido a desayunar al restaurante-museo “Los Albardinales”, propiedad de Rafael Alonso, Carmen y sus hijos Rafael y Juanjo; familia a la que he visitado y me ha recibido con exquisita hospitalidad.
Allí, en un espacio rehabilitado, que combina historia, calidad y sabor, me han recibido con un desayuno abundante. Pan rústico caliente, tomates maduros triturados, jamón, queso, zumo y, por supuesto, “Oro del Desierto”. Cada gota de ese aceite parece concentrar la esencia de la familia: el esfuerzo, la tradición y el sol. En las paredes, herramientas antiguas y fotografías contaban la historia de una tierra que solo da fruto a quienes la aman. A aquellos que descubren el secreto de las montañas huérfanas que se alzan dibujando gigantescas figuras de ancestros ilustres. Antepasados que viajaron hasta los confines del mundo y regresaron al frío seco del invierno. Al color sepia de un paisaje eterno en el que decidieron quedarse para siempre.
La finca ha cambiado desde la última vez que la visité. Entre filas interminables de olivos, Carmen me ha guiado con entusiasmo. Me ha hablado de sus nietos, de su nueva rutina; de la tierra, del agua escasa y de cómo ha llovido de bien este otoño. Me ha mostrado con orgullo sus tomates, acelgas y berenjenas que aún recoge, su cabaña de madera (de la que me he enamorado). Luego ha llegado Rafael, me ha explicado curiosidades de la construcción de la cabaña y he vuelto a confirmar que es un visionario. Siempre meditativo, anda desenredando algún pensamiento que lo hace subir de nivel en el juego de la vida.
Rafael y Juanjo, herederos del legado de Rafael Alonso y Carmen, me han explicado cómo cada árbol es cuidado con esmero. Andaban con la tarea de poda de renovación y han afirmado que los olivos se han quedado cansados tras la cosecha reciente. Han expuesto cómo su aceite ecológico preserva no solo el sabor, sino el alma del desierto, de ahí el gran número de premios. Pisar ese suelo árido, tocar las hojas ásperas de los olivos y ver el brillo en los ojos de quienes trabajan allí me han hecho sentir parte de algo más grande, un ciclo que combina paciencia, pasión y tradición.
El camino de vuelta a Jaén ha sido tranquilo, pero mi mente seguía en Tabernas. Pensaba en la familia que ha conseguido mantener viva la tradición, que ha conseguido capturar el sol y convertirlo en aceite. He vuelto con la sensación de que, incluso en el lugar más árido, la vida se abre paso cuando se trabaja con ilusión.