Elogio de los conserjes

01 jul 2021 / 11:12 H.
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El otro día, después del paréntesis de esta larga pandemia, fui a una dependencia de la Universidad, que no suelo visitar con frecuencia, a resolver unos papeleos, y me sorprendió no ver al conserje de toda la vida allí, tras el mostrador: uno de esos conserjes que especialmente recuerdas porque cuando llegas siempre saludan con una sonrisa y cuando te vas te despiden igualmente con alegría. Pregunté por él y resulta que hacía poco que se había jubilado. Menos mal, pensé, en un principio me había temido lo peor. Esta nueva normalidad ha naturalizado de manera espantosa la desaparición de personas que antes veías a menudo.

Siempre he tratado de llevarme bien con los conserjes y, en general, los he tenido como amigos e incluso cómplices, aunque en cierta ocasión confieso que ha habido alguno que otro con el que no he logrado congeniar. Los menos, eso sí. En los últimos años, además, los guardias de seguridad han ocupado en muchos lugares ese espacio, y en cualquier caso da gusto llegar a una institución a intentar solucionar algún asunto administrativo y encontrarte con alguien que no solo te facilite las cosas, sino que te trate con amabilidad. Supongo que no todo el mundo vale para ese trabajo, y que no todos los días tendrán su mejor sonrisa para esa gente que llega con exigencias y palabras groseras, con prisas y malos modos, con insultos o aspavientos. Esa “mala gente que camina, / y va apestando la tierra”, como diría Machado. Imagino que sucede igual con la hostelería, pues cuando uno va a un bar o una taberna, y te atienden bien, qué duda cabe que no hay comparación a cuando te tratan con la punta del pie, como haciéndote un favor.

A lo largo de los años, desde el instituto a la Universidad, y no sé cuántas corporaciones, bloques de pisos, urbanizaciones, fundaciones, dependencias u organismos que he visitado o con los que he trabajado, me han acompañado los conserjes, hombres y mujeres de todas las edades y pelajes a los que les he pedido favores o me han amparado, con los que incluso he desayunado o merendado alguna vez y nos hemos contado anécdotas que a lo mejor no eran muy profundas, de acuerdo, pero son de esas conversaciones que te acompañan en el día a día, detalles cotidianos que te ayudan con cordialidad a entender ciertos comportamientos humanos, y dan alguna solución ante esos otros cascarrabias y antipáticos que andan de un lado para otro, por todos los empleos y profesiones desparramados, haciéndole la vida imposible a los demás. Los conserjes ponen un punto de razón en medio de la estratificación del trabajo, imprescindibles sociólogos de la burocracia.

Un amigo mío me decía hace décadas, cuando todavía no sabíamos a lo que nos queríamos dedicar en el futuro, que su trabajo ideal era ser conserje, y yo ahora pienso que igual que Emilio Prados en su exilio mexicano, bajando persianas o desenchufando aparatos, llevando recados, haciendo mandados, cerrando puertas o abriéndolas. Con un perfil bajo, sin llamar la atención pero con eficacia y la necesidad de la labor de zapa, son los que llevan las llaves y los que facilitan las cosas. Los que se encargan de la logística y los que te ayudan cuando vas cargado. Los que te solucionan un problema, los que llaman a mantenimiento o los que cargan con una caja. Los que te guardan un paquete que ha llegado. Los que responden al teléfono.

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