Elitismo territorial

15 sep 2023 / 09:07 H.
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Es curioso cómo algunas palabras van perdiendo su fuerza. Unas veces por no usarlas y otras por manosearlas más de la cuenta. Tanto es así que, a la par que unos las dan por obsoletas, otros las usan con total avidez y con no menos ligereza. Si hay una palabra corta y contundente, históricamente cargada de emociones intensas y diversas, de anhelos y recuerdos compartidos, de arraigos heredados o ganados y de sentimientos parecidos o enfrentados, esa es la palabra “Patria”.

La RAE la define como “Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. Pero el concepto está en permanente revisión en estos tiempos en los que hasta la historia de España —con sus guerras y sus paces— se reinventa, se cuenta y se impone, !con un par! , pasándose por el forro a Ortega, a Madariaga o al mismísimo Menéndez Pidal. Por eso es normal el alto grado de subjetividad en la interpretación de un término que viene a significar algo tan sencillo como “la tierra de los padres”. Sobre todo cuando se contamina de nacionalismos excluyentes y se alimenta del odio hacia “lo español”. La respuesta al “oye, ¿y tú de dónde remaneces?” no siempre la tiene uno tan clara. Y si no que se lo digan a Gabriel Rufián, el de La Bobadilla.

Lo de la “patria chica” parece que lo llevamos mejor, aunque siempre hay algún patán que excluye al que no es “natural”. “Tú no eres de aquí”. Sin darse cuenta de que uno puede ser patriota de la tierra en la que ha nacido —aunque esté fuera, porque la lleva consigo— o de otra en la que, por diferentes razones de convivencia o de apego, así se haya sentido. Y puede que haya hecho más por la misma el que no nació en ella, que uno con pedigrí de veinte generaciones.

Está también la “patria grande”, la Europa en construcción, que es la que ahora maneja las pelas, donde son ya muchos los que dicen que ser más europeos no tiene porqué llevar consigo ser menos españoles. O menos franceses o menos italianos. Que no se trata de diluir nuestra cultura propia en una nueva inventada, sino de fortalecerla, blindarla y compartirla.

Por otro lado hay quien confunde el ideal de la patria con la ideología de los que la gobiernan. O de la de los que la quieren gobernar. Malos tiempos para discutir en un país en el que desde el poder político o mediático —que hoy es casi lo mismo— las palabras se manejan como elementos de marketing haciendo que suenen distinto a lo que significan. Y así, dependiendo de donde se digan pueden expresar o “sonar” a una cosa y a la contraria. Por ejemplo, sentirse patriota vasco o catalán, suena y se vende como progreso y avanzar. Sentirse patriota español suena y se vende como retroceso, es de fachas o es ir para atrás. Y así para la nueva izquierda (?), una derecha independentista es democrática, y con ella se puede pactar; pero si una derecha defiende la unidad de España es anti democrática. Osea, el progreso —otra palabra falsificada— es entender y pactar con el secesionismo de izquierdas o de derechas. Lo otro, defender una España diversa pero con los mismos derechos y obligaciones para todo el personal es cosa de fachas. Quién le iba a decir a la llamada izquierda que iba a terminar defendiendo el elitismo territorial y su política de insolidaridad. Cosas veredes, amigo Sancho.

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