Elecciones: qué y no quién

    03 jul 2023 / 09:18 H.
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    Ver en los números el principio de todas las cosas, como pretendían los pitagóricos, te conduce a no pocos desatinos si operamos en un escenario político. Desde los presocráticos hasta la filosofía clásica del Medievo, ha existido la pretensión de distinguir entre la cantidad y la cualidad, de manera que la acumulación de lo primero, no modifique la sustancia de lo segundo. Hace pocos días, como consecuencia de una decisión política adoptada por los líderes de formaciones políticas distintas se han correlacionado ambos conceptos, con el resultado siguiente, en el contexto de pactos políticos concertados o en trance de concertación: si me prestas más munícipes, yo te ofreceré más responsabilidades en las Instituciones en la tarea de gobernar, aunque se supone ello pueda significar la posible abdicación de principios ideológicos o derechos ya conquistados: derecho al aborto, violencia de género, prohibición de los colectivos Lgtbi, violencia machista, etcétera. Me formulo, a veces la pregunta de en qué puede quedar la política, si se reduce sólo a números y sus objetivos se satisfacen, exclusivamente, con la consecución del poder.

    La respuesta no es irrelevante, si se tiene en cuenta que el poder en democracia se hace posible en razón del número de votos conseguidos por una formación política. Ocurre que la confusión y el correspondiente desatino político se suele producir con antelación a la adquisición de los votos, cuando el reclamo para la obtención de los mismos, esconde falsedades, posibles manipulaciones, injurias e incluso infamias contra el adversario político, es decir, se prescinde de la ideológica, de los compromisos ofrecidos, de la vedad para centrarse, exclusivamente en la captación de votos. Con ello, en modo alguno pretendemos significar que los votantes se equivocan, si inclinan su voto hacia una formación política u otra. Por ello se justifican el cambio de los ciclos, las mayorías absolutas seguidas de caídas estrepitosas que denotan las frustraciones y el hartazgo del cuerpo electoral. No incurren en equivocación quienes votan según sus convicciones, según su conciencia, incluida también la afectada por mensajes subliminares antidemocráticos. No existen mágicas soluciones. En un reciente titular se dice: “Los evangelistas se rinden a la magia de Trump”. Eso es lo que no debe ocurrir en este o en otro país. Tal vez, una estrategia aconsejable en periodos electorales, para alejarnos de toda manipulación es la constatación de nuestra más reciente historia en las cuatro últimas décadas, ¿Cuáles han sido los derechos conseguidos? Los recordamos sin hacer atribución a siglas, o formación política alguna, pero sin disimular las que solo pueden identificarse por el nombre de quien impulsó la ley. Año 1983: varones, mujeres socialistas crean el Instituto de la mujer que luchará hasta nuestros días por la igualdad de géneros. Hay que subrayar que Alianza Popular lo apoyó. Año 2007: la ley de igualdad de Zapatero supone un salto molitivo; el PP votó en contra., al igual que ocurrió con la ley integral de la violencia de género a la que se opuso el PP y también “la ley del matrimonio homosexual. En el año 2010; ley del aborto que el PP recurrió al constitucional. Se ha dicho que los puestos del PP y Vox revientan la precampaña”. Pienso que no tan así. El peligro radica en que el PP asuma lenta pero indefectiblemente los postulados de Vox. Y sobre el carácter ultra de este partido y si puede del mismo predicase la condición de democrático, y aún más, si es equiparable a otra formación política en las antípodas (v.g. Podemos), es preciso realizar algunas precisiones. Un partido político que considere a la nación como sujeto de derecho y no a los ciudadanos no es democrático. Una formación política que cuestiona los derechos del Título I de la Constitución Española, no es democrática. La idea de progreso se elabora, no exclusivamente desde una formación, sino que pueden y deben existir varias sensibilidades desde la observancia y el respeto democrático. No fuera de él. En todo caso, la próxima campaña electoral es absolutamente distinta de las celebradas con anterioridad. Lo habitual es que las encuestas vengan determinadas o cuando menos influenciadas por la situación económica del país. Si tal interacción no se produce, esto es, que el “quién” se prioriza sobre el qué, la campaña electoral está completamente personalizada y de ello deriva una polarización afectiva, de manera que uno de los contendientes, en este caso, la oposición ha de realizar la campaña del “no a Sánchez” y añadiendo el “ismo” degradante, con la formación del palabro “sanchismo”.

    En realidad nos topamos con una hábil estrategia de modificar el qué por el quién. Es obvio que será más fácil vituperar a una persona que negar el contenido de los logros, en términos de leyes progresistas o de situación económica y avance notorio en el empleo. Por todo ello: que Dios reparta suertes.

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