El virus de siempre

05 jun 2020 / 09:47 H.
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Es a la vez doloroso y vergonzante que, cuando llevamos sumergidos varios meses en una lucha implacable y mortal contra la pandemia de coronavirus, que dejó a numerosos países en la ruina, entre ellos el nuestro, en cuya gestión destacó el heroico comportamiento del personal sanitario y cuerpos de seguridad, que superaron muchas deficiencias de gestión especialmente política, pero una pandemia que provocó que ya nuestras autoridades informativas se hayan olvidado hasta de saber sumar y son incapaces de conocer los fallecimientos que se producen algunos días en nuestro país, tengamos que estar sufriendo, al mismo tiempo, que la covid-19, el otro virus más familiar que desde siempre viene siendo la política y que se acentúa cada día más, aunque para este virus se conocen algunos antídotos como el de suministrar a los elementos más ambiciosos y contaminantes unas dosis de poder y dinero para tenerlos contentos.

Antiguamente, cuando se respetaba a los padres, a los maestros, a los mayores y a los que no eran mayores, te decían que te iba a recibir el alcalde o el gobernador y lo considerabas un honor. Hoy, es muy corriente que, si estás tranquilamente en cualquier sitio y ves venir a un político, des media vuelta y te vayas inmediatamente. Yo no puedo entender que palabras y acusaciones que llenarían de sonrojo al ciudadano más humilde, porque vería atacada su dignidad, son asumidas como si tal cosa por casi toda la clase política, incluido el presidente del Gobierno, que fue pillado en más mentiras que José Antonio Avilés, y Pedro Sánchez lo ve y vive con toda normalidad. Y que conste que mi educación, mi manera de ser y pensar, me obliga a respetarlos, pero cuesta mucho esfuerzo entenderlos, como está sucediendo ahora con la decisión de Fernando Grande Marlaska. Entiendo que una persona que es juez, al que nunca se me ocurriría poner su honorabilidad en tela de juicio, debe estar bien preparada para saber ser justos con las medidas que un país necesita para vivir lo mejor posible, pero según propios y extraños, el ministro de Industria metió la pata hasta la ingle y se le exige una responsabilidad, pero ni él ni su presidente —y el de todos— lo entienden así. Los campos de la política son anchos y se puede seguir cabalgando cómodamente por ellos.

Esta desgracia que tanto daño está ocasionando en el mundo y en España está demostrando la escasa preparación de nuestros políticos y el nulo interés que tienen en llegar a acuerdos comunes y solidarios que pudieran ayudar a que España recomponga su presente y elabore su futuro. A nadie se le ocurre nada y todos están callados esperando que llegue la oportunidad de pedir algo para sus propios intereses.

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