El virus de la discordia

21 ene 2021 / 17:36 H.
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El mundo está cambiando muy deprisa y este siglo no va a ser una simple continuidad del anterior. Mal empezó en el 2001 con el atentado de las torres gemelas que todos pudimos ver por televisión. Porque la historia corriente ya no se escribe, se retransmite. Y la pasada ya no se lee. Se reescribe a gusto del consumidor y luego se “tuitea” o se “retuitea” en mensajes cortos pero intensos, de tal modo que con una experta y controlada manipulación de la información se puede encabronar a la gente hasta lo inimaginable. El llamado “populismo”, que no es de izquierdas ni de derechas sino todo lo contrario, ha encontrado en las redes sociales la mejor de sus armas y en la pandemia el mejor de los ambientes. Gracias a eso, el virus de la discordia —del que poco se quiere entrar en saber cómo y porqué surge— se transmite con la misma rapidez que la covid, extendiéndose por diferentes países y mutando según le venga en cada uno de ellos. El día de Reyes recibí uno de esos mensajes. -“Pon la tele”. -¿Y eso? -”Trump ha contratado a los CDR catalanes para asaltar el Capitolio”. Evidentemente se trataba de una broma. Me di cuenta de la carga irónica y mordaz del fraternal whatsapp cuando más tarde puse la televisión. El espectáculo increíble, dantesco, inexplicable y sorprendente que se ofrecía, me trajo al instante, como fogonazos de la memoria, otras imágenes que se mezclaban con las que estaba viendo. Estaba recordando el golpe de estado del 23 de febrero y la insurrección independentista del 1 de octubre. Ya sé que son escenas y escenarios diferentes y que cada historia tiene su propia causa y sus diferentes mensajes. Como también lo son las consecuencias. Son momentos históricos señalados que impactan especialmente porque constituyen un ataque directo —y en directo— a las instituciones más sagradas y a las leyes más elementales de un Estado. La puesta en escena es lo primero que nos llama la atención, y en eso se llevan la palma los estadounidenses con su folclórica indumentaria, más hortera que el uniforme de Tejero pero más variada y estrafalaria que la de los adoquineros y encapuchados CDRs. El 23-F se supo cerrar, pero el envite catalanista no se sabe cómo va a continuar. Entre otras cosas porque los presos insisten en sus pretensiones y siguen haciendo ostentación de sus delitos. Eso sí, con el consentimiento del gobierno que, como necesita de sus favores, los quiere indultar. Y por si no quedaba claro el panorama, un ministro de España, (que prometió lealtad a la Constitución, a las leyes, al Rey y a todo lo que se la suda) califica de exiliado político a un prófugo condenado por los más altos tribunales de justicia de la propia España sin que nadie le exija su inmediata dimisión. Mientras escribo Biden estará jurando su cargo como presidente de los Estados Unidos. Y lo hace ante una Constitución respetada por todos. Ni él ni Trump pondrán en revisión la historia de su país, y nadie cuestionará tampoco sus símbolos ni su bandera. Una bandera sin la que ni Europa ni España serían hoy lo que son. Y no solo por el plan Marsshal ni por la leche en polvo que nos daban en la escuela. Que sí, que serán arrogantes. O imperialistas. También lo fuimos nosotros. Como los romanos. Y a mucha honra. Por eso España es más de lo que hoy se dice y lo español trasciende más allá de sus fronteras.

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