El valor de la unión

30 sep 2017 / 11:18 H.

Vivimos momentos de incertidumbre. La gran crisis económica que padecimos deja un ruidoso paisaje de confusión tras la tormenta. Ya se vaticinaba que, en tiempos difíciles, lejos de apostar por la unión como la mejor arma para combatir las amenazas, nos encontraríamos con el grave problema de un creciente sentimiento nacionalista en determinados territorios. Y aquí estamos, al borde del colapso, ciudadanos e instituciones que observan, impotentes, el transcurrir de los próximos días con grises nubarrones que amenazan efectos letales para la justicia y la paz en nuestro país. Parece ya olvidada, pero convendría recordar que, esta grave crisis fue provocada y acrecentada por un sentimiento desmedido de egoísmo, ambición y una cultura que fomenta el individualismo. Y convendría recordar igualmente que, si hoy podemos diagnosticar la recuperación de nuestra economía, ha sido gracias a las políticas monetarias que desde la Unión Europea se han impuesto para recuperar la relación Estado-Sociedad, y que han evitado la declaración de quiebra de más de una nación. Algunos siguen, ignorantes, confiados en que es preferible viajar en su hermoso Cadillac, libres de cargas, y pilotados por un Mario Bros desmelenado. Sin embargo, resulta evidente que, en esta larga travesía, no se trata de correr más, sino de llegar lejos, y otro Mario, de apellido Dragui, pilota esta gran nave a ritmo crucero y destino a buen puerto. Debemos ser conscientes de la gravedad de no llamar a las cosas por su nombre, y de lo peligroso de tener sistemas educativos y medios de comunicación que olviden que la solidaridad y la unión de los pueblos es la mayor de las fortalezas contra la desigualdad. Es fácil, desde la distancia, criticar a Cataluña o Reino Unido, cuando en nuestra provincia, en Jaén, encontramos actitudes que parecen arropadas en una identidad proteccionista estelada. Me refiero a las dificultades de encontrar una dimensión óptima en el tejido empresarial. Salvando las distancias con los nacionalismos comentados, el sector de la industria agroalimentaria se aferra a un sistema atomizado, más propio de la herencia de reinos de taifas, que del resultado de un plan estratégico que busca la competitividad. Ignorando las amenazas, resulta paradójico encontrar barreras más emotivas que lógicas en los procesos de integración y fusión de cooperativas. El proceso de concentración de oferta en la fase de comercialización avanza a buen ritmo. Sin embargo, tanto en el cultivo como en la producción de aceite las pequeñas explotaciones padecen una gran debilidad maquillada por los eventuales precios al alza. En un futuro, ante cambios inminentes en los sistemas de producción, sólo los grandes van a sobrevivir. No es de locos pensar que en nuestra provincia no habrá más de veinte grandes almazaras, y aquellas que no se embarquen en procesos de integración, tendrán unas estructuras de costes tan elevadas que se verán obligadas a cerrar. Estas grandes entidades apostarán por un fuerte asociacionismo que controle no solo la producción, sino la transformación y la comercialización. Esta alianza por la concentración favorecerá una mayor profesionalización del sector, una mayor orientación a clientes y productores, una apuesta por la investigación y la innovación, y lo que considero más importante, el diseño de planes estratégicos que posicionen a las empresas y cooperativas a largo plazo. El sector padece un preocupante cortoplacismo, con un caprichoso comportamiento de desorden provocado por las vecerías, y una ausencia de equilibrio entre inversión y producción. Tanto a nivel de Europa, como de nuestra propia provincia, necesitamos alimentar la ilusión colectiva, que nos convenza a todos de que la fortaleza de una cadena se mide por el grosor del eslabón más débil.