El tren de la bruja

    02 jul 2019 / 12:34 H.

    La historia del tren de Jaén da risa, provoca ironía y da pie a usar otros adjetivos descalificativos para reivindicar un derecho tantas veces ninguneado a esta provincia con un aceite picual puro, virgen o rampante, oiga, a un precio que no hay quien lo aguante ni monedero que lo resista. A este paso, el oro líquido se convertirá en agua de borrajas, o sea, que a los precios que corren tendremos que ponerles un letrero en Despeñaperros, como entrada natural de Andalucía, con estos caracteres catastróficos: “Se vende esta provincia con sus olivares incluidos”. En Jaén, hasta las ruedas del tren están desinfladas, y por eso no pueden circular por las arcaicas vías. Menos mal que tenemos el AVE para desplazarnos a Madrid, pero esta ave, qué carajo, es el apócope gramatical para ahorrarnos las letras de avestruz, una zancuda y veloz que se cría en ciertas granjas de la provincia. El tren de Jaén me aburre; por eso, para mí, el tren más divertido es el de la bruja de la feria. Te montas en él, pasas un pequeño túnel, te dan escobazos en la cabeza o te quitan el polvo en un santiamén. Y, como a falta de tren, tenemos un tranvía, eso me consuela aunque me dé la risa tonta.