El torero loco (3)

    21 jul 2024 / 12:01 H.
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    Un día quise saber por qué hacía aquella última reverencia a los suelos de Segura, imaginando que sus lágrimas procedían de la satisfacción de haber vuelto, un año más, a ser la persona más importante, más celebrada, más querida de un pueblo en el que nadie le conocía. Me acerqué a su figura llena de manchas de barro de arena y vino. —¿Un vaso de vino “torero”? Le dije sin esperar que comprendiera la fina ironía con la que trataba de ganar su atención. Así sea. “maestro”, me respondió. Y los vasos fueron pasando con los años hasta que el pasado vaso en Segura, ya viejo y vestido de verde castillo, me dijo: —Abandono la locura. Vuelvo a la cordura, te doy la alternativa y a partir de hoy serás tú el que viva la tragedia. —Maestro, le dije, más parece que me esté usted dejando sin alternativa que dándome alternativa alguna. Pues si bien es cierto que conozco su locura tanto como mi corta cordura, es para mí imposible llegar a sufrir la tragedia sin haberla vivido, o cuando menos haberla conocido. Establecimos una profunda amistad, basada en el uso de mínimas palabras, y casi de ausencia de sonrisas, si exceptuamos aquellas que eran inevitables cuando no estábamos solos. No teníamos ninguno de los dos la más mínima intención de saber del otro más de lo que ya conocíamos desde el primer día. Era el respeto compartido durante los vasos que duró la amistad de un solo día al año.

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