El tiempo y las horas

    05 nov 2021 / 15:00 H.
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    Nuestros campos que hemos visto agostarse día a día hasta finales de octubre por la falta de lluvias nos hablan con sus pardos colores de la importancia del agua, elemento esencial que hace posible la subsistencia y la reproducción de los seres vivos sobre la tierra. En nuestra provincia, el pronóstico del tiempo anunciaba abundantes lluvias para el último fin de semana de octubre y por una vez en la vida casi todos estábamos de acuerdo en que estas previsiones eran una gran noticia porque la escasez de agua es cada vez más un problema crónico por estas latitudes, una realidad con la que tenemos que aprender a convivir modificando nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza y adoptando medidas para revertir el proceso de cambio climático que tan desastrosas consecuencias tiene para el futuro del planeta. Sobre este tema me disponía a escribir agazapado tras los cristales de mi despacho, entre la penumbra de unos días que estarían marcados por la lluvia tan deseada y necesaria para nuestros campos, y en particular para los olivos que amarillean con las hojas mortecinas y las aceitunas arrugadas como pasas, esos olivos y esos campos que da pena ver. Transcurrieron los festivos días con escasas lluvias y bastante desesperanza ese fin de semana que en teoría nos iba a traer la alegría de empaparnos hasta los huesos y regar de manera abundante nuestros sedientos campos. Por desgracia, una vez más tuvimos que aceptar que nuestros deseos no se corresponden casi nunca con nuestras realidades y la lluvia resultó bastante escasa.

    Aquellos que durante ese tiempo de asueto esperaban tener la ocasión para pasar unos días relajados lejos de su entorno cotidiano disfrutando del puente tampoco tuvieron suerte con el tiempo, que incluso fastidió también a otros que pretendían aprovecharlos volviendo a sus lugares de origen familiar con el piadoso fin de honrar a sus antepasados y de paso compartir mesa y mantel con aquellos sus deudos que permanecen pegados al terruño donde están sus raíces y continúan conservando la tradición de encender mariposas, rezar por los difuntos, llevar flores al cementerio y comer dulces de sartén, castañas asadas y gachas dulces con matalahúva y tostones. Casi desapercibido por la forzada costumbre fue el cambio de hora que volvimos a sufrir el pasado sábado. Este cambio que realizamos dos veces al año, según todos los estudios realizados hasta la fecha, incide de manera negativa en la salud, ya que puede producir alteraciones del sueño, cambios del estado de ánimo y además influir de manera negativa en la capacidad de rendimiento en el trabajo. Un ‘regalo’ que al parecer no hay forma humana de suprimir por mucho que hablen e intenten los diferentes gobiernos de la Unión Europea, sin que logren llegar a un acuerdo. Según las encuestas hay una inmensa mayoría de europeos que estaría a favor de eliminar el cambio de hora semestral. En España este dato varía según la edad, la región y los intereses del encuestado, siendo algo diferente al del resto de los europeos, quizás debido a la diferencia de uso horario que utilizamos, que representa un problema adicional. Como es sabido, en nuestro país, por razones de alineamiento ideológico que condicionaron tan lesiva decisión, desde el año 1942 tenemos la hora que corresponde a Europa Central, o sea una hora adelantada sobre el horario de Europa Occidental que es el que deberíamos utilizar de acuerdo con nuestra ubicación geográfica. Esto significa simple y llanamente que vamos una hora adelantados respecto al sol en invierno y dos en verano.

    De hecho, una vez que el sábado pasado hemos cambiado al horario de invierno, nos hemos acercado una hora de reloj a la hora solar y con esa hora deberíamos permanecer siempre ya que es la hora que corresponde al meridiano de Greenwich, que pasa por la provincia de Castellón. Esa sería la hora correcta para vivir de acuerdo al ritmo del sol. Esto implicaría cambios favorables en las costumbres, tales como modificar las horas de levantarnos y acostarnos, adelantar las horas de las comidas, por ejemplo, comer a la una de la tarde y cenar a las ocho de la noche como es costumbre en casi todos los países de Europa. También se podrían reducir los horarios laborales acortando la pausa de mediodía, con lo que se facilitaría la vuelta a casa antes, mejorando el tiempo dedicado a las relaciones familiares.

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