El talento invisible
Te has preguntado alguna vez por qué las empresas son como ese agricultor que solo se da cuenta de que tiene las mejores tierras cuando el vecino se las quiere comprar? Pues algo similar ocurre con el talento en las organizaciones modernas.
Me viene a la memoria el caso de un ingeniero que durante años estuvo sugiriendo mejoras en los procesos de producción de la empresa donde trabajaba. Sus propuestas dormían el sueño de los justos en algún cajón, hasta que una multinacional del sector le ofreció el doble de sueldo. De repente, ¡oh, milagro!, su actual empresa descubrió que tenían un genio escondido entre sus filas.
Y es que las empresas tienen un don especial para practicar la “miopía del talento”, una enfermedad más común que el café de media mañana en cualquier oficina. Los síntomas son claros: no ven el potencial que tienen delante hasta que amenaza con marcharse.
“¿Pero Juan trabajaba en el departamento de logística? ¡Pensaba que era de administración!”, exclama sorprendido un director cuando le informaban que su competencia acaba de fichar a uno de sus mejores analistas de datos. Y así nos va.
Me pregunto: ¿Por qué esperamos a que alguien ponga un pie fuera para valorarlo? Es como si un jardinero solo regara sus plantas cuando ve que se están secando. Para entonces, amigos míos, el daño ya está hecho.
Desde la perspectiva del empleado, la situación no es menos frustrante. Imagina sentirse como un diamante en bruto en una caja de cristales: brillante, listo para ser pulido, pero nadie se da cuenta. Vas a reuniones donde tus ideas son tan invisibles como un ninja en la oscuridad.
Tienes más proyectos en mente que un arquitecto soñador, pero nadie te pregunta.
Y entonces llega ese momento mágico: otra empresa te guiña el ojo. De repente, tu actual empleador despliega un abanico de atenciones digno de una alfombra roja. Promociones, aumentos, responsabilidades... ¡Hasta te invitan al desayuno con los directivos! Pero como dice el refrán: “A buenas horas, mangas verdes”.
Lo cierto es que esta dinámica refleja una realidad empresarial tan amarga como un café sin azúcar. Las organizaciones han desarrollado una habilidad extraordinaria para realizar “autopsias de talento” (analizar por qué se fue alguien valioso), pero son pésimas “cultivando el talento” (identificar y desarrollar el potencial antes de que sea tarde).
¿La solución? Quizás deberíamos aprender de los buenos agricultores: cuidan cada planta durante todo el año, no solo en la cosecha. Conocen el potencial de cada parcela y saben que un buen cultivo necesita atención constante, no remedios de última hora. Y de eso, aquí en nuestra tierra sabemos bastante.
A las empresas les vendría bien adoptar esta filosofía: cultivar el talento es un proceso continuo, no una medida desesperada cuando alguien amenaza con marcharse. Y a los empleados, quiero recordarles que a veces hay que hacer más ruido que una batería de cocina para que reconozcan tu valor, ya que feliz o infelizmente, somos lo que parecemos.
Mientras tanto, seguiremos viendo el mismo baile de siempre: empresas sorprendidas cuando el talento se les escapa y empleados que, como las hojas al viento, acaban volando hacia otros jardines donde sí saben apreciar su valor.
Una recomendación final: si tu empresa solo ve tu talento cuando amenazas con marcharte, quizás sea hora de plantar tus semillas en otra tierra. Al fin y al cabo, como dice la sabiduría popular: “Más vale ser cabeza de ratón que cola de león”.
Este fenómeno, que podríamos llamar “el síndrome del talento tardío”, seguirá repitiéndose mientras las empresas no entiendan que el verdadero valor no está en retener a la gente en el último momento, sino en cultivar y potenciar el talento desde el primer día. Sabemos que la lealtad y el compromiso no se compran en un momento de crisis.
Porque, seamos sinceros, cuando alguien tiene que amenazar con irse para ser valorado, probablemente ya es demasiado tarde.