El susurro del olivar

    18 ene 2024 / 09:53 H.
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    El susurro del olivar tiene algo muy secreto en ello e inmensamente viejo. Es demasiado hermoso para que nos atrevamos a pintarlo o para imaginarlo”, le escribe el pintor holandés Vincent Van Gogh a su hermano Theo. Año 1889, marcado por continuos problemas psiquiátricos, ingresa voluntariamente en el sanatorio de Saint Rèmy de Provence. Desde allí, seguirá anotando: “Aquí hay campos de olivos muy hermosos, de hojas grises y plateadas. Entonces, nunca me canso del cielo azul”. Lo que para él fue una terapia se convirtió en quince lienzos de olivos realizados entre junio y diciembre. Su angustia y su alma atormentada tal vez fueran esos troncos retorcidos y nudosos que contemplamos, los naranjas, su otoño y los azules, su mirada buscando pequeños trocitos amarillos de sol. Si aquel “loco del pelo rojo” hubiera seguido dando pinceladas, continuaría reflejando con su paleta de colores las frías y heladas mañanas de los agricultores, la aspereza y sequedad de la tierra, las idas y venidas con la recogida del fruto, el cansancio acumulado pendientes del cielo y el cuidado de todo un año. Porque admiro a Van Gogh pero, más aún, a todos los que pintáis de verde nuestra tierra.

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