El Santo Custodio

    24 jul 2019 / 08:57 H.

    L a Hoya del Salobral es un sitio pequeño, situado en un maravilloso enclave dentro de la Sierra Sur de Jaén, pedanía de Noalejo, encontrándose a unos veinte y pocos kilómetros de su municipio. Es un lugar con un encanto especial a vistas del viajero que recorre sus calles y se impregna de la tranquilidad, la magia y la esencia viva de un hombre fallecido pero afamado por el don de curar. Ilustre, querido y venerado, todo el mundo habla maravillas de Ángel Custodio Pérez Aranda, más conocido como el santo Custodio. Un concepto de curanderismo alejado de lo que hoy implica salir por televisión, echar cartas y rentabilizar una supuesta gracia. El santo Custodio está envuelto en ese celofán del misterio pero con el aval de una serie de proezas que cuando alguien las explica con detalle al visitante, es fácil que la sensibilidad aflore y las lágrimas campen a sus anchas por quien las narra. Unos milagros que parten de una gracia en donde no existe el dinero, en donde jamás existió y por la que el propio Custodio rehusaba cualquier tipo de prebenda. Nació en 1885, y cuentan que su carácter respondía al de un hombre reservado y tímido pero, sobre todo, bueno con las gentes que se le acercaban. Todo comenzó cuando conoció a otro curandero celebérrimo por la zona, ya mayor, Luis Aceituno, conocido como el santo Luisico que vivía en un cortijo —Cerezo gordo— próximo a su casa. El joven Custodio lo iba a visitar casi todos los días, y los lugareños solían besar la mano de Luisico. Sin embargo, observaban, que cuando iba Custodio, era Luisico quien besaba ambas manos del joven. Esto alimentó la creencia que Luisico traspasó la gracia a este santo Custodio que, incluso la multiplicó, y a su vez el santo Custodio la cedió al santo Manuel, el tercer y gran curandero de la zona. Todos humildes, sin estudios, trabajadores del campo y cuya leyenda va en aumento día tras día. Aunque los tres son dignos de estudio, el caso del santo Custodio traspasa ya cualquier aspecto local y provincial. Su tumba sigue visitándose, también su casa y en cada rincón de su pueblo siempre hay alguien que habla maravillas de él.