El sacamoños

    31 oct 2024 / 09:03 H.
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    El Sacamoños fue un lavadero público alcalaíno en el barrio de la Tejuela. Desapareció hace décadas, al no tener ya función ni usuarios, pero nos quedó el nombre del lugar, entre lo irónico y lo peyorativo. Creo que no es necesario explicar el significado del sobrenombre. Puede resultarnos algo incómodo.

    Lo que no se pueden evitar, sin embargo, son las coincidencias esenciales en otros ámbitos. Estamos rodeados de escenarios en donde campean las agresiones orales, mordaces y engañosas, innecesarias y perniciosas. Se están perdiendo las formas, el respeto, la tolerancia... y no digamos el entendimiento, la disculpa. Lo importante viene siendo vencer en la contienda, aunque sea a costa de malas artes. Son escandalosas las intervenciones de buena parte de los oradores que representan la soberanía popular, o los que forman parte de los debates televisivos. El denominador común, pisarse unos a otros en el turno de palabra para mal oírse. Examinando con serenidad el contenido de las intervenciones, no hay quien saque provecho ni aclaración de lo que se expone. Unos se imponen a los otros y si, de camino, se hurga en las heridas, mejor que mejor.

    Estos vociferantes cumplen con su cometido, que es hacer tambalear al adversario, con instrumentos cada vez más maliciosos. Cuánto daño puede hacerse con la palabra... Lo que no se comprende es el papel de los espectadores, de los que escuchan. Los hay forofos, incapaces de razonar sobre lo bueno y lo malo, lo que dicen los suyos es lo que vale; los hay pusilánimes, que temen pronunciarse; y los hay, muchos más, pasotas, que les trae al fresco lo que escuchan y pasan, pues, de todo lo que se diga. Pocos son los que dilucidan entre lo mejor y lo poco recomendable. Los que nos gusta la historia recordamos la compostura, la fina ironía —señal de inteligencia— de los que parlamentaban, la administración del tiempo en las intervenciones, el autocontrol a la hora de rebatir, el guardar el turno sin atropellar al oponente... Si todos estos protagonistas son, en origen, de quienes tenemos que aprender, pésima lección para nuestros niños y jóvenes, que algún día regirán la vida y el destino de nuestras sociedades. Los lavaderos se clausuraron hace décadas, por ser innecesarios. Pero si seguimos así, acaso tendremos que acudir a una frase característica de Dick Turpín en sus aventuras: “¡Huyamos por la claraboya!”.

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