El saber no ocupa lugar

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Esta frase que tanto fue inculcada a generaciones anteriores y que incluso constituyó el lema de los pequeños libros juveniles de la Enciclopedia “Pulga”, parece que se ha soslayado en la actualidad. Se trataba de avivar nuestras neuronas. Ahora, todo el conocimiento debe de estar en la memoria de los ordenadores, pero a expensas de reducir la misma del cerebro humano. Ya no hace falta memorizar pormenores de la historia de la humanidad ni conceptos químicos, físicos o matemáticos. ¿Es eso útil? En los análisis realizados para detectar el coeficiente intelectual de la población se ha reducido dicho nivel en los últimos años. ¿Hay conexión? ¿Podemos dejar regresar las conexiones cerebrales realizadas a lo largo de décadas en el desarrollo de nuestra mente? ¿Se puede confiar en el “control” de estas tecnologías? Aunque todo esto suene a ciencia-ficción, los indicadores así lo reflejan. Las novelas de 1984 de G. Orwell, Fahrenheit 451 de R. Bradbury o Kallocaína de K. Boye están a la última y Blade Runner también sugiere esta idea. ¿Despreciaremos el bagaje de siglos de cultura, para dejarlo en manos de las máquinas? Quizás sea esta una cuestión decisiva en el futuro inmediato y a largo plazo.

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