El relato del barrendero

04 jun 2019 / 08:26 H.

El servicio de limpieza está en manos de una empresa de prestigio que cobra por dejar la ciudad como una patena. Pero el barrendero al que acudo piensa que algo falla si esta ciudad es la más sucia del país. Busca la razón de esa suciedad, y lo primero que piensa es que la plantilla es insuficiente y no está bien pagada, por lo que, por mucho que se baldee todas las noches y las fregadoras trabajen continuamente, cree que hacen falta más vehículos ecológicos que reduzcan el ruido y lleguen a las zonas alejadas del centro. Pesa en el ánimo del barrendero la actitud poco colaboradora de la gente que hace la ciudad más difícil de limpiar. Los gobernantes locales debían plantearse la importancia de una plantilla de trabajadores que, con escoba y pala en la mano, recorren palmo a palmo las calles de una ciudad que está pidiendo a gritos que se la asee. El trabajador con el que hablé siente su trabajo y, con la experiencia acumulada, se atreve a decir que hay gente de toda clase y condición. Las hay que con sentido cívico recogen la caca de perro, pero también existen otros que se empecinan en no recogerlas, y menos si no se sienten observados. Junto a los excrementos, el barrendero recoge cada día colillas, chicles, restos de pipas, etc., pero su pesadilla, atestigua, son las pintadas y los carteles que empapelan las paredes, puertas y ventanas de locales vacíos que les dan una sensación de abandono a las calles. Pero, si hay algo que le duele por encima de todo, es esa gente que deliberadamente ensucia por ensuciar, como esos que dejan la bolsa de basura en la acera fuera del contenedor vacío. Él comprende que hay ciudades de primera y de segunda en cuestión de limpieza, como hay barrios de primera y de segunda donde a veces lo provocan, pero él procura no caer en las provocaciones. Me cuenta que se trabaja sobre todo el centro y lamenta que no se cumpla el más mínimo sentido del decoro por parte de aquellos veladores que ensucian y no se preocupan de recoger la basura acumulada en su terraza. Dice que la falta de civismo debería estar penalizada, pero no se hacen campañas para concienciar a la gente de que entre todos debemos mantener la ciudad limpia, y que no vendría mal alguna que otra multa justificada en el caso de mobiliario urbano roto o jardines que se utilizan de estercoleros. Son menos las veces, pero todavía se ven muebles, colchones y todo tipo de trastos viejos junto a los contenedores: “Con una llamada telefónica recogerían esos trastos”, asegura, como asegura que los jóvenes están mal acostumbrados y muchos de ellos adolecen de una mínima educación cívica. Conoce casos de vecinos que protestan y el Ayuntamiento atiende sus demandas, y hay quienes piensan que demasiados impuestos pagan para vivir en la ciudad peor calificada de España. Le ponen triste los amaneceres posbotellón de determinados barrios: “Ofenden la vista y el olfato del ciudadano”. Agradezco al barrendero sus manifestaciones y le felicito por ser un trabajador que siente la tarea que realiza. Prometo que daré un toque de atención a los gestores de una ciudad que brilla por su falta de limpieza y por el lamentable estado de calles y aceras.

Existe una percepción generalizada de que el servicio de limpieza ha empeorado, y es que hay presupuestos que van muy justos. Los ciudadanos se preguntan: ¿por qué no ahorrar con racionalidad?