El profesor y los “idiotes”

10 nov 2020 / 16:35 H.
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Para los griegos eran “idiotes” quienes no cultivaban la filosofía. Vuelve a las aulas de enseñanza secundaria y bachiller una asignatura troncal que vendrá a ocupar un lugar de privilegio en la educación de jóvenes adolescentes. Recuerdo el papel fundamental que desempeñó en la enseñanza de mis tiempos de estudiante. Hoy hablaré de ella, aunque solo sea por el hecho de realzar los deseos de fecunda enseñanza que deseamos en estos tiempos para nuestros hijos.

Tuve la fortuna de tener un profesor que transmitía la idea de que la filosofía nos daría más de lo que nos exigía, y que por esa razón, llegaríamos a valorarla como se merece. Destacaba la necesidad de estudiar siempre con espíritu crítico si queríamos formarnos un criterio propio en un ambiente en el que nos animaba a retroalimentarnos de ella y optimizar así nuestras relaciones personales. Aseguraba que nos alegraríamos de ir provistos, tras varios años de esfuerzo intelectual, de un bagaje cultural que nos animaría siempre a tomar nuestras propias decisiones y pensar siempre en positivo. Decía que fuésemos cautos y tuviéramos cuidado con el intrigante devenir de doctrinas filosóficas que se afanan en materializar el deseo de ostentar la última palabra. Tú, nos inoculaste el don de desenvolvernos dentro de lo razonable, nos convenciste de que para creer en algo, ese algo tendría antes que moldearse en la balanza de los contrapesos, y decías que teníamos que hacer nuestro lo que estudiábamos porque ya no seríamos los mismos.

Acatamos el fundamento filosófico que impartiste de manera magistral y hoy estamos seguros de muchas cosas a las que nunca renunciaremos. Era inimaginable pensar que la ignominia pudiese triunfar sobre reglas éticas que dominan el pánico que sentimos ante teorías ambiguas o inverosímiles. Con el paso de los años me he dado cuenta de que tus enseñanzas son mejores de lo que imaginaba, ahondo en la sensación de que modelaron mi forma de ser. Y, ¿quiénes eran los que ponían en tela de juicio los contenidos intelectuales que transmitían tus enseñanzas? Pues eran aquellos que añadían un tosco proceder a su modo de vida. Nos indujiste a reflexionar sobre la ausencia de valores, que sin ellos no se podía vivir, eso nos repetías. Puedo asegurarte que nos tomamos en serio toda tu enseñanza, la prueba es que supimos proyectar, los que aún te recordamos, la alargada sombra de ese proyecto común que algo de excelente tendría cuando ha sido reconocido en el acierto de tantas experiencias en las que hemos tenido la suerte de participar. Confieso que lo que aprendí con gusto ha cobrado sentido en mi vida y que me enorgullezco del despliegue de sabiduría que destilaban las teorías filosóficas que compartimos. Diré también que me honra la compañía de facultades cognitivas que han zarandeado emociones negativas que podían desequilibrar cuanto hacía o pensaba. No existe una herramienta más perfecta para manejar con destreza el estado de ánimo que las reflexiones filosóficas. Filósofo paciente que pasaste por mi vida por alguna razón, te fijaste en mi memoria en el instante en
el que me reconocí en un magisterio ontológico que perdurará para siempre, porque ha tenido y tendrá un significado especial para mí, sobre todo, porque evitaste que me sumiera en la categoría griega de los “idiotes”.

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