El problema son
los elegidos

    28 oct 2023 / 08:51 H.
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    Rumbo a Babel” es el título del artículo de opinión publicado el día 29 de septiembre pasado en Diario Jaén que lleva mi firma y al que quiero hacer referencia ahora, dado que en él se hablaba de lo torcido que va el rumbo de la nave patria y lo cerca que estamos de tener serios problemas de convivencia porque algunos irresponsables de uno y otro bando, cuya única obsesión es tener el poder a toda costa, se empeñan en dividir y levantar trincheras, en vez de unir y construir un futuro común que sería lo razonable.

    Como era de esperar, una vez publicado dicho artículo, he recibido muchos mensajes relativos a su contenido, algunos expresando dudas sobre la inoportunidad de publicarlo ahora, otros discrepando de la visión metafórica de la realidad a la que se alude, los más solidarizándose con las ideas que expongo y alguno que otro señalando que ando algo descarriado en el análisis de los hechos que acontecen en esta sociedad democrática en la que lo primero a defender es el principio de autoridad que confieren las urnas a los políticos elegidos y la discrecionalidad de acción que ello conlleva, sean del signo que sean y vengan de un pasado limpio o escabroso. Quiero dejar muy claro por si alguno todavía no lo ha entendido, que en modo alguno he puesto en duda este pilar maestro de la democracia que es el resultado de las urnas. Lo que estaba en cuestión no era ese principio, sino algo que, aunque parezca accesorio porque se ha devaluado con la práctica cotidiana del poder, también tiene mucha enjundia, ya que contribuye de manera esencial a la calidad de la democracia, y es nada más y nada menos que la competencia humana, profesional y ética de los elegidos.

    Los ciudadanos cuando somos convocados a las urnas, acudimos a votar motivados por nuestra ideología, por el programa electoral que cada partido nos ha presentado, por el carisma de los líderes o por cualquiera otra razón que cada cual quiere expresar y defender con su voto. El voto y el respeto al resultado es la esencia de la democracia. Por desgracia sucede que a veces, confundidos por las promesas incumplidas de antaño que no son pocas, por nuestro apego tradicional a uno u otro partido, o bien porque no tenemos las ideas demasiado claras ya que la situación es muy compleja, acabamos votando en función de lo que nos dice este o aquel candidato en el que confiamos. Esto conlleva dos problemas que degradan la democracia y que se suceden una y otra vez en nuestra sociedad. En primer lugar, al votar una candidatura cerrada estamos eligiendo también una serie de políticos a veces bastante incompetentes que van en una lista en la que prima la fidelidad a unas siglas y nada más, sólo se espera de ellos que voten lo que se les ordene. Así se puebla el congreso y las corporaciones municipales con personas de escaso mérito profesional y bastante mediocres en general que son el reflejo de la incompetente casta política que padecemos. Gente que se deja llevar al abismo si ello resulta conveniente para aquel que tiene la potestad de incluirlos o no en las listas. El segundo problema es que los ciudadanos no tenemos capacidad para defender nuestro voto y que se cumpla o al menos no se vulnere el contenido esencial del programa electoral porque todo queda a la discrecionalidad del líder, que no tendrá oposición interna y discrepancia alguna por parte de los elegidos en su lista. Esto acaba generando una desafección de los ciudadanos sobre los asuntos públicos y un malestar que se traduce en desconfianza y desprecio hacia la clase política, que acaba siendo percibida como un problema más de los muchos que nos aquejan. Una posible aproximación a la solución de esta situación serían las listas abiertas, lo que implica reformar la ley electoral, y por supuesto concienciar a la sociedad para que, a la hora de votar, cada elector elija a los que en principio parezcan más capacitados de la lista de su preferencia ideológica. Con ello nos haríamos respetar por los políticos y a la vez conseguiríamos con el paso de los años una clase política algo más decente y competente.

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