El problema es el paisaje.
(A propósito de la cantera de la Fuente de la Peña)

07 feb 2017 / 12:19 H.

Con frecuencia, casi cíclicamente, se suceden agresiones al patrimonio natural y/o cultural que ponen en entredicho la aparente voluntad política de muchas instituciones. El respeto y protección del patrimonio ocupa más literatura en los programas electorales o en los discursos que en las medidas reales y efectivas establecidas para ese fin. Quedó claro hace años cuando, de manera sorpresiva, con nocturnidad y alevosía, nos enterábamos de que el Estado había proyectado construir una presa, de pomposo y tramposo nombre, para la “Prevención de Avenidas en los Cañones del Río Eliche”, un paraje que contaba con todas las medidas de protección habidas y por haber (Monumento Natural, especies protegidas, sitios arqueológicos declarados BIC). Aquel proyecto acabó siendo desestimado no sin antes una dura lucha del pueblo de Los Villares, de mucha gente de Jaén y de asociaciones ecologistas, culturales y vecinales.

El binomio patrimonio cultural/patrimonio natural es engañoso. No creo que en la provincia de Jaén quede algún relicto de naturaleza prístina, no sometida o transformada por la acción humana. Lo que hoy llamamos patrimonio natural de la provincia es un espacio transformado a lo largo de siglos de actividad natural y antrópica; a veces, respetuosa, a veces, depredadora del espacio en el que se asientan hoy nuestros pueblos y ciudades, incluidos también nuestros parques naturales. Por lo tanto, parto del convencimiento de que el entorno que rodea a la ciudad de Jaén, donde se ubica la cantera de marras, es un entorno transformado, una parte fundamental del espacio periurbano —quizás, mejor llamarlo rururbano— de la capital.

Pero, antes, debo exponer “el por qué” de esta intervención. Aunque no soy miembro de grupo o plataforma alguna que haya manifestado su oposición a la cantera, tengo antecedentes, casi “pedigrí”, en esto de meterme donde nadie me llama, y fui portavoz de la plataforma creada contra la construcción de la presa en los Cañones del Eliche, que se remontan en su origen a 2003, con Aznar, cuando se diseñó el “Proyecto de obras de regulación de avenidas aguas arriba de la zona del Puente de la Sierra, cauce de los ríos Eliche y Frío” (clave:05.415.020/0311). La oposición a aquella infraestructura se basó en sólidos argumentos, pero los más importantes de todos los que se esgrimieron para denunciar la agresión no fueron los notables elementos que constituían por sí mismos causa de protección, sino porque lo que se ponía en peligro era la integridad de un paisaje construido por la naturaleza y los seres humanos a lo largo de siglos, de milenios realmente, patrimonio común de villariegos y jiennenses, que tenían en aquellas piedras y garabatos —como algún cenutrio con mando en plaza se atrevió a caracterizar las pinturas rupestres— parte de sus señas de identidad.

Y es que el paisaje no son solo los árboles, matorrales o animalitos de nuestro entorno. El paisaje es una estratigrafía construida en el tiempo donde se superponen, como en la secuencia de un asentamiento arqueológico, las diferentes fases de una historia de la que nosotros somos el último suspiro. Sin esa secuencia no podríamos comprender la historia que hace que seamos lo que somos. No nos entenderíamos a nosotros mismos porque sin la historia anterior, la que nos ha situado en el Jaén de principios del siglo XXI, no somos nada. Por lo tanto, no se trata de que en la Fuente de la Peña haya pinturas rupestres, aves y vegetación protegidas, que las hay; tan importante es eso como que de sus entrañas aflorara el agua que dio de beber a nuestros padres o que en esas mismas aguas nuestras abuelas, bisabuelas o tatarabuelas fueran a lavar la ropa con la cristalina agua que manaba de la fuente, como tan maravillosamente reflejan las fotos de principios del siglo XX. ¡Pura memoria histórica!

Cuando el conflicto del Eliche, tuve la ocasión de participar en una restringida reunión, él y yo, con un responsable político, aun en activo y en progresión, quien, cuando le planteé el problema causado por una mala gestión medioambiental, me dijo: “Manolo, no sé cómo se ha podido llegar a esta barbaridad. Es un capricho. Habrá que pararlo”. Y se paró. Ganamos todos porque volvimos a respirar tranquilos cuando se desestimó la inicua iniciativa. Ahora, el problema vuelve a repetirse en un entorno situado a poca distancia de aquel dislate. Y la contundencia debería ser la misma. El “nunca más” se debería grabar a fuego en el cerebro de aquellos que nos gobiernan porque no hay otra opción. No me puedo conformar con que los permisos estén legalmente constituidos ¿Y los derechos al paisaje reconocidos por todas las declaraciones del mundo, incluido el Convenio Europeo del Paisaje (Florencia, 20 de octubre de 2000), que nadie se ha preocupado de recordar estos días?

Para Maurice Godelier, reputado antropólogo, la vida en sociedad viene determinada por dos tipos de relaciones, las que se producen en el modo de producción y las que se desarrollan en el modo de vida. Las primeras se refieren a las relaciones sociales de producción, que explican las formas de explotación del hombre por el hombre, pero también por otro tipo de relaciones, las del modo de vida, que explican el día a día de nuestra cotidianidad: las que planteamos con nuestros vecinos en las calles, en las plazas, en los espacios de relación, las que permiten la convivencia entre todos nosotros. Lo que hace que cuando vamos a tomarnos una caña a una de las maravillosas tabernas jiennenses no tengamos que consultar el carné político del contertulio con el que entablamos conversación. No es necesario porque nos unen lazos afectivos, porque ambos estamos inmersos en un paisaje que constituye nuestra propia identidad. Cuando alguien dice “yo soy de Jaén”, no está exhibiendo una simple partida de nacimiento, está expresando una ubicación en el paisaje, en el real y en el imaginario.

Es algo simple y, a la vez, complejo de entender. Para mí, como para la inmensa mayoría de los hombres y mujeres de Jaén, el paisaje de la Fuente de la Peña, como para los villariegos el del Eliche, es mucho más que un conjunto de elementos de interés medioambiental o cultural, es el espacio que me permite situarme como ser humano junto con otros paisajes urbanos o naturales de nuestro entorno. Coordenadas mentales, simbólicas y emocionales; nuestro GPS afectivo. Su destrucción no es, por lo tanto, una simple cuestión de derechos de unos supuestamente legítimos concesionarios de la explotación. Afecta a un derecho fundamental, reconocido como tal por las leyes y acuerdos internacionales. No hay color, transcribo literalmente el convenio, firmado por España, en Florencia:

a) Por “paisaje” se entenderá cualquier parte del territorio, tal como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos.

b) Por “política en materia de paisajes” se entenderá la formulación, por parte de las autoridades públicas competentes, de los principios generales, estrategias y directrices que permitan la adopción de medidas específicas con vistas a la protección, gestión y ordenación del paisaje;

c) Por “objetivo de calidad paisajística” se entenderá, para un paisaje específico, la formulación, por parte de las autoridades públicas competentes, de las aspiraciones de las poblaciones en lo que concierne a las características paisajísticas de su entorno.

d) Por “protección de los paisajes” se entenderán las acciones encaminadas a conservar y mantener los aspectos significativos o característicos de un paisaje, justificados por su valor patrimonial derivado de su configuración natural y/o la acción del hombre.

e) Por “gestión de los paisajes” se entenderán las acciones encaminadas, desde una perspectiva de desarrollo sostenible, a garantizar el mantenimiento regular de un paisaje, con el fin de guiar y armonizar las transformaciones inducidas por los procesos sociales, económicos y medioambientales.

Ante esta declaración, ¿es posible que alguien entienda que la cantera, esa “barbaridad” que quieren explotar unos cuantos, tengan o no los papeles en regla, no está en contradicción con los derechos de la mayoría?

El paisaje, en definitiva, debería ser entendido como recurso, como producción humana y como elemento de identidad: como un derecho. ¿No hay políticos en Jaén que sean capaces de responder con rotundidad a una atrocidad que podría suceder en el país del Pato Donald o en el de Donald Trump que al fin y al cabo es lo mismo? En Jaén, por dignidad histórica no debería consentirse. No lo merecemos.