El portalico de Belén
Navidad es tapiz guarnecido por festón y pespunte, el límite del cielo. Mazapán, dulce copa de anís. El divino portal es un mapa del mundo: pastorcillos humildes, opulentos castillos, Herodes implacable. Luminoso el misterio. Fortalezas, murallas y el camino de plata que señala la estrella entre lomas y luna. El niño regordete, en pesebre de luz, deslumbraba la faz de los Magos de Oriente. La Virgen, San José, con paciencia infinita recibían las visitas que se acercaban hasta el Portal. El belén pierde terreno en privado y en algunos espacios públicos, pero sigue teniendo un fortísimo arraigo popular. Trasmutamos Belén de Galilea del relato evangélico en aceituneros, hortelanos, panaderos matanceras.... todos de esta tierra. La popularización acerca, humaniza, y convierte lo sagrado en asequible, en comprensible. La Virgen y el Niño parecen carnales, ateridos de frío y desfallecidos. Su reino es, todavía, un reino temporal, de este mundo. Todo este bosque mágico, de leyendas heredadas generación tras generación, nos traslada a nuestro interior de niños, a nuestra infancia, a ese paraíso que se va perdiendo con el paso del tiempo pero que siempre permanece en el recuerdo como un reducto de la inocente y añorada felicidad.