El peso de la memoria

12 nov 2019 / 10:13 H.
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Tras la reflexión y la acción política ejercida el domingo, toca la autocrítica. Por favor, racionalidad. Las emociones sirven de poco, solo encubren los errores. Me pregunto si sabemos ser herederos de quienes nos han permitido con sus sacrificios tener los derechos y libertades que aún logramos mantener. Dilapidamos nuestra herencia como quien se la juega en apuestas. El resultado no es necesario explicarlo. La pasada semana le pregunte a una amiga de Cataluña que cómo estaba. Me respondió: “La verdad es que es complicado para todos. Llega un momento que ya todo pierde sentido porque además ves que no tiene solución de ningún tipo, está como estancado y acabas perdiendo la perspectiva, como que te desvías... lo dejas pasar por agotamiento”. Pensé que no es distinto en el resto de España. Estamos cansados del maniqueísmo del bien y el mal. Solo nos ha traído ver los conflictos como irresolubles, cuya única solución es la violencia hacia quien piensa una solución distinta la mía. Todos acusando a todos, los políticos, los medios, las personas. Los demócratas constitucionalistas ven como error del adversario su modo de gestionar el conflicto catalán. Como si este fuese el problema. Es solo el efecto. Éste impide abordar las razones reales manipulado desde opciones que buscan un retorno a los privilegios que perdieron con la Democracia. La raíz está en la salida de la crisis. No ha supuesto la redistribución de la riqueza. Los millonarios se quintuplicaron desde 2010 según el Credit Suisse. Alguien se ha empobrecido.

Cuando la ideología y la agenda del partido no es una alternativa para ascender, pierde interés. En la garantía de los logros colectivos que me prometía la Constitución veo la causa que admite que me encuentre donde estoy. No culpemos a la ciudadanía de su falta de identidad y conciencia de clase al optar por opciones no constitucionales, independentismo o el populismo clasista. Cuando nada tienes, nada tienes que perder. Una apuesta en la cultura en la que hacer cola en doña Manolita no es una queja. Tenemos un problema de memoria. Sí, pero no se la imputemos a la ciudadanía, habrá de ser una exigencia para quienes deciden entrar en política, da igual el rol que desempeñe.

Los juegos de política no satisfacen las necesidades colectivas. Quizás satisfagan sus egos, creyendo que si fracasan basta con dimitir como solución, pensando que pasan a la historia como coherentes con sus ideas, como patriotas de su comunidad. Siguen sobrando lideres iluminados que se creen con soluciones mágicas. Cuando vamos a entender que la política ha de abandonar este modo psicótico, neurótico y megalómano de ejercer una relación paternal y distante con la ciudadanía. No necesitamos tahúres que creen estar en la asamblea de la universidad. En España siempre ha habido personas coherentes y con ideas claras a las que oír, más que a programas de entretenimiento del “prime time”, su objetivo es que fijemos la atención en la publicidad que garantiza su alto sueldo, desde el principio ético del todo vale con tal de ganar audiencia. Atendamos a Emilio Lledó: “La memoria es esencial; no podemos pasar al futuro sino tenemos claro que es el pasado”. ¿Seremos capaces los demócratas de llegar a comprender qué pasó realmente en el siglo XX? Cada día somos más república. La de Weimar. Por favor, lean qué supuso para la historia de la humanidad.

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