El perro del hortelano

12 abr 2019 / 16:29 H.

Durante los meses de primavera, en la mayoría de los pueblos y ciudades de Andalucía, los niños procesionan por las calles con sus pasos de Semana Santa y sus Cruces de Mayo. Esta tradición es un motivo de jolgorio y alegría sana para ellos y un disfrute para los padres que ven cómo sus hijos crecen y se desarrollan en un ambiente más o menos parecido a lo que desean y han vivido, con costumbres arraigadas en el sentimiento religioso que forma parte de nuestra cultura. En esos actos la participación es siempre libre y voluntaria como no podría ser de otro modo en una sociedad democrática como es la que disfrutamos.

Hablo de esto porque hace unos días supongo que en el ejercicio de su derecho a decidir sobre la educación que quiere para su hijo, un ciudadano en la ciudad de Sevilla tuvo a bien indicar a la dirección del colegio que no quería que su hijo participase en estos actos, y que además exigía que no los pudiesen realizar los demás niños. Existe una asociación llamada Sevilla Laica, que aunque afirma que no tienen intención de prohibir nada, no consideran apropiado que se mantenga esta tradición dentro del ámbito educativo porque con ella se discrimina a los alumnos que no asisten a clase de Religión, ya que estas procesiones son una manifestación de culto religioso. La polémica está en su punto más álgido y la Junta tiene sobre la mesa un espinoso asunto por resolver.

Pensando en estos hechos que describo, mientras paseo una hermosa mañana de abril por las calles del centro de Sevilla, veo que las aceras de las estrechas callejuelas, las cafeterías del centro, las tiendas, todos los sitios de interés turístico e incluso los parques y orillas del Guadalquivir están abarrotados de turistas ávidos de conocer la historia, las tradiciones, la gastronomía y el ser y pensar de esta ciudad maravillosa en la que tengo el privilegio de residir hace ya muchos años. Sevilla es una ciudad de servicios y turismo y gran parte de su economía y su futuro dependen de esta actividad y de la bondad de la oferta que sea capaz de presentar al mundo. En estas fechas se está celebrando un congreso de turismo que es un escaparate para dar a conocer y promocionar Andalucía, su presente, su arte y su futuro de cara al universo.

Mantener las tradiciones implica invertir para el futuro, y a la pregunta de qué impacto tiene en la economía de Sevilla y de Andalucía la celebración de la Semana Santa, habría que responder que es un valor que conviene guardar y potenciar, pensando en el bienestar y trabajo de nuestros descendientes. Es posible que si se prohiben los actos o procesiones infantiles que se celebran por estas fechas, se acabe en el futuro con las generaciones que podrían mantener esa tradición de tanto valor económico, y por supuesto, prescindo del tema religioso, que cada cual es muy libre de aceptar o no. La semilla para mantener esa tradición es la que ese padre intransigente y la asociación Sevilla Laica quieren arrancar, que de hecho actúan como el perro del hortelano.

Del mismo modo habría que continuar hablando de la fiesta de los toros que es parte fundamental de otra semana en la que las arcas del pueblo de Sevilla engordan para asegurar el pan de parte del año, y me refiero a la Feria. La gente que nos visita quiere ir a la feria a divertirse con los amigos, a bailar, a beber y de paso ver una buena corrida de toros. Los prohibicionistas quieren que se prohiban los toros, sin importarles la economía de los demás y las costumbres de un pueblo en cuyo nombre dicen hablar, y al que no representan, porque los representantes del pueblo son los que se eligen en las urnas.

Por último, hablando de algo más cercano a nuestra provincia, recuerdo que alguna que otra vez, allá por el día de San Blas, he visto volar una pava desde el campanario de la iglesia de Cazalilla, y digo bien, la pava vuela y suele posarse en el tejado de la casa de la esquina aledaña a la iglesia. No considero que por tener que utilizar las alas que le dio la madre naturaleza, la bien cuidada pava de nuestros paisanos de Cazalilla sufra un trauma que le amargue la vida hasta el punto de que sea necesaria la prohibición de esta tradición por parte gubernativa. Este artículo puede ser muy criticado por algunos, pero siempre he dicho que la crítica forma parte de la vida del escritor y a ella me someto cada vez que publico aquello que considero oportuno. Hay un afiche de Mayo del 68 en París que defiendo, y dice así: “Il est interdit d’interdire” o sea; “prohibido prohibir”.