El penúltimo pelado

30 oct 2019 / 11:25 H.
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Mi amigo Gonzalo Morales, mi peluquero desde hace muchos años, me hizo una visita a mi casa en la mañana del pasado lunes. Su visita me hizo rejuvenecer casi 80 años. El poco trajín de la pasada feria, el cambio de la climatología y, digo yo, que puede que hasta por eso de la edad, terminó afectando mi miastenia y llevo casi dos semanas fastidiado, muy mermado en mis movimientos. Las melenas casi no me dejaban ver claro –aunque en este país para no ver nada claro en nada tienen que ver el exceso de pelo ni las cataratas– y en tres ocasiones concerté cita con Tomás y Juan, hijos de Gonzalo, para que me pelaran y en ninguna de estas ocasiones la fatiga me dejó desplazarme hasta Jaén. Pero, para eso están los buenos amigos y, el lunes, Gonzalo, aunque ya lleva unos años jubilado, decidió bajar a mi casa, no para dejarme como a un chaval, sino mucho más joven aún. Nunca había venido un peluquero a cortarme el pelo a mi propia casa desde que era un chiquillo, de poco más de un año, y Tomasito —que trabajaba en la barbería que había en lo alto de la Carrera, junto a la Funeraria Cobo— venía, me subía de pie a una silla y me echaba el cero que entonces primaba en la chiquillería, por aquello de no darle cobijo a las plagas de piojos. Aunque no he crecido mucho desde entonces, Gonzalo no me puso de pie encima de la silla para hacer su trabajo y dejarme un poco más presentable y, sobre todo, dejarme muy agradecido a mi amigo el peluquero por ese detalle tan generoso fruto de una entrañable amistad. Uno llega a pensar si tal vez Gonzalo, tan sentimental siempre, pensaría que ya le van quedando a uno pocos pelados y él quería participar en alguno más de los centenares que ya me hizo. Sí, estoy convencido de que Gonzalo es la persona que más me tomó el pelo, aparte de los políticos. El acto de un corte de pelo produce una intimidad con el peluquero tan entrañable que acaba uno contándole más confidencias que al propio confesor. Y también, el barbero larga lo suyo y lo hace casi susurrándote. Así crece y se consolida una buena amistad como la que nos une a Gonzalo y a mí y de la que participan también sus dos hijos Tomás y Juan, que tomaron el relevo en ese oficio de cortar el pelo y contar anécdotas que amenizan y distraen al cliente y no note si la tijera le pega un tironcito. Gracias, Gonzalo y hasta la próxima.

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