El pececillo rojo de Alberti

    14 mar 2021 / 14:35 H.
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    Allí estaba, casi impertérrito, ante la miríada de lectores y admiradores de su obra que aguardábamos junto a la caseta de aquella feria del Libro madrileña de mediados de los años noventa. Me estremece aun el ligero roce con sus manos, se dirían de cera, cuando me ofreció el ejemplar ya firmado. Alberti había añadido a la dedicatoria un pececillo en tinta de rotulador rojo. “He escrito y publicado innumerables versos. Casi todos hablan del mar”, decía. Aquel pez me ha acompañado siempre, vestido de verso en ocasiones, de memorias “perdidas” en otras. Y hoy, cuando la noticia del mal estado en que se encuentra su legado, el del gran Alberti, me retrotrae de nuevo ante su figura egregia, como de rey medieval con la blanca y sedosa cabellera al viento de los autógrafos dedicados.

    La herencia de los escritores, su colección de manuscritos, poemarios, obras de arte, cartas, etcétera suele ser un goloso acicate para las autoridades no solo de áreas culturales. Recordemos los recientes homenajes a Miguel Hernández o los siempre en forma dedicados a Federico. No ha sido así con Rafael. Rumores, quien sabe si malintencionados, relacionan esta decadencia de su legado con la mala administración de su segunda esposa, María Asunción Mateo y eso me trae a la memoria algo que podría tener cierta relación y que no es otro que las idas y venidas de la herencia de Camilo José Cela con Marina Castaño, también su segunda mujer. También, en ambos casos, el hijo de Camilo y Aitana, la hija de Alberti nacida de su primer matrimonio con María Teresa León, han manifestado en múltiples ocasiones su disconformidad con ciertas realidades que han destrozado, en cierta medida, el fulgor literario que merecían sus padres.

    Ahora, en mitad de pandemias y circos políticos, la Fundación Rafael Alberti, en El Puerto de Santa María, se ve abocada a una cruel marejada que puede acabar con su existencia. Un dolor más que añadir a las vejaciones que sufre la cultura en estos tiempos. Quizá esos gobernantes preocupados por vanas humaredas que ellos mismos provocan deberían tomar cartas en el asunto y contribuir a la mejora del estudio y difusión de la obra de Rafael. Cierro los ojos y vuelvo a ver los de Alberti. Una mirada entornada, cansada, que me llenó de una extraña paz como si me meciera en la misma brisa que él rememoraba mientras las olas se hacían llanuras que resuenan y gritaba “Madre, desde mañana viviré junto al agua”. Y en sus ojos alcanzo a ver un futuro que merecen tanto él como su obra. Un porvenir que necesita ayuda y que, como dice su verso, haya “un libro en cada nido”. Mi pececillo rojo sonríe bajo la firma y me susurra al oído otro versillo del Maestro: “Yo quiero ser flor, pero soy un pez...”

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