El paseo

    12 dic 2025 / 09:40 H.
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    Hace ya muchos años leí unas palabras que dijo Machado al hilo de una entrevista o de una autopresentación: “Mis aficiones son pasear y leer”. Hoy me pregunto qué fue del paseo. Se anda, se hacen 10 000 pasos diarios, pero ¿se pasea? Recuerdo que cuando yo era pequeño la gente, en una estampa hoy inimaginable, recorría la calle central de mi pueblo, hacia arriba y luego hacia abajo y luego de nuevo hacia arriba, charlando durante una o dos horas. Era ese un paseo en compañía, pero también existía el paseo en solitario. Salir a pasear, eso es lo que hacía Rousseau cuando vivía en París, según él objeto de una conspiración que lo había apartado de la sociedad: “Heme aquí pues, solo en la tierra, sin más hermano, prójimo, amigo ni compañía que yo mismo. El más sociable y más amante de los humanos ha sido proscrito por un acuerdo unánime”. Decidido a describir el estado de su alma en esa situación, se decide, nos dice en Las ensoñaciones del paseante solitario, a registrar sus paseos y las ensoñaciones que en ellos se producen al dejar que sus ideas vuelen libremente. En uno de ellos se topó con un gran perro danés que corría delante de una carroza. Pensó que solo podía evitar ser derribado si saltaba y el perro pasaba por debajo de él. Pero no pudo hacerlo, y esa fue la última idea antes del accidente. “No sentí ni el golpe ni la caída ni nada de cuanto siguió hasta el momento en que volví en mí”. La historia se propagó, transfigurada, y se esparció el rumor de que había muerto.

    Ese carácter de ensoñación, de libertad de pensamiento, propio del que pasea, lo vemos también en el curioso libro de Walser El paseo, en el que el protagonista, un poeta, cuenta lo que ve mientras camina. Su paseo es despreocupado (“Mientras seguía así mi camino como un buen haragán, fino vagabundo y holgazán o derrochador de tiempo y trotamundos”) y a la vez atento a lo que va saliéndole por el camino: un químico del Ayuntamiento pedaleando, un anticuario y perista enriquecido, una o dos damas elegantes, una librería a la que entra, así como en Correos o en la sastrería o en la oficina de Hacienda. Precisamente ante el reproche que le hace en esa institución el funcionario (“—¡Pero siempre se le ve paseando!”), responde el protagonista: “—Pasear me es imprescindible, para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo, sin cuyas sensaciones no podría escribir media letra más ni producir el más leve poema en verso o prosa”. Hay algo, dicho sea de paso, que recuerda a Kafka en los diálogos de este librito.

    Un paseante pertinaz fue Kierkegaard, el filósofo danés para leer al cual Unamuno aprendió su idioma. Conocía su ciudad, Copenhague, como la palma de su mano, y las facturas que tenemos de su zapatero muestran tanto el desgaste de sus botas como la minuciosidad de Joakim Garff en la monumental biografía que le dedica. La figura del filósofo era reconocible por la calle, primero con su bastón de bambú y luego con el paraguas. Para Kierkegaard el paseo cumplía varias funciones. Le servía de comunicación física y social con sus convecinos: “Contemplo todo Copenhague como un gran encuentro social”. Llamaba a estos paseos, en los que caminaba con personas a las que se encontraba, como su “baño de gente diario”. Cogía del brazo a sus interlocutores, lo que contrasta con la imagen de introvertido que la posteridad luego ha tenido de él. Pero también lo utilizaba como distracción: “Para soportar un esfuerzo espiritual como el mío, necesitaba distraerme, distraerme con encuentros fortuitos en calles y callejones”. Probablemente se veía a sí mismo como un Sócrates danés, puesto que señala que el ateniense caminaba por la ciudad hablando igual con curtidores o sastres que con sofistas, estadistas o poetas, con jóvenes o con viejos, y sobre lo que fuera. Ese interés filosófico que tal asociación sugiere se une a otro psicológico por las personas que parece también nutrir estos paseos. Que además servían para alumbrar ideas: “he tenido mis mejores pensamientos mientras caminaba”. Y eran buenos, dice, para la salud.

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