El otro Pablo Iglesias

20 mar 2016 / 10:20 H.

Las palabras, a veces, tienen acentos mágicos. Cuando las pronunciamos, hacemos visible la realidad y comprensible el espacio, como si de una liturgia de la comunicación se tratase. Pero no todas las palabras. En ellas, cabe distinguir una suerte de especie unívoca y otra de especie análoga. La primera se destina a reflejar un solo significado y, cuando se expresa el último fonema, concluye su razón de ser; la segunda que entraña una relación de semejanza entre cosas distintas, alerta nuestra atención, estimula el ejercicio de nuestra inteligencia, es impulso de la creación artística. En política, el fruto más deleznable de la univocidad es la dictadura, mientras el objetivo último de la analogía, utilizada adecuadamente, es la democracia. Aunque tratándose de política, no todo es tan previsible, tan así. Existen formas arteras de utilizar la analogía, como la justificación por nuestros dirigentes de promesas incumplidas o la ocultación de sus verdaderos propósitos en la gestión de la cosa pública. Otro tipo de analogías son fortuitas. Tal vez, ha llegado el momento de que el socialismo de convicción reaccione y fije en el lugar histórico que le corresponde la figura señera del otro Pablo Iglesias Posse, tipógrafo de oficio, cofundador del partido socialista y de la unión general de trabajadores, paradigma, desde su escaño conseguido en 1910, de absoluta integridad, de moralidad por nadie cuestionada, de trasparencia política y de lucha por la clase obrera. Esta emblemática figura que desconocen nuestros menores, hizo posible la aparición de nuevas generaciones de militantes que supieron configurar en el pasado siglo, no sin problemas, una socialdemocracia posible, a la que resulta ahora indigno atribuirle la condición de “casta”, según el lenguaje insultante del Pablo Iglesias de hoy, autoproclamado vicepresidente plenipotenciario de un próximo gobierno, repleto de sarcasmos con referencia, teóricamente al partido más cercano a sus propias posiciones. ¡He ahí, una instrumentación grosera de la analogía!. El líder de uno de los denominados partidos emergentes viene cargado de rabia, de pasión destructiva, sin que le inquieten las secuelas de su propuesta de políticas económicas y sociales, o, cuando menos, ofrezca soluciones más acá de la pura utopía. Quien, de verdad pretenda un gobierno de progreso no puede lanzar ultrajes a Felipe González de tanta vesanía como el formulado al que ha sido y sigue siendo el activo más apreciado del partido con el que propone coaligarse. Lo que ocurre es que tal pretensión ha sido pura farsa, es completamente inexistente. Y, adentrándome en la hipótesis de la equivocidad, estoy por asegurar que ninguno de los líderes políticos cree posible formar un gobierno de progreso. Ya sea en términos unívocos o en términos análogos todo es pura escenificación, puro teatro.