El olvido de Jaén

05 jul 2023 / 10:09 H.
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España está mayor, tiene muchos siglos ya, la pobre, a sus espaldas. Y desde su señorial residencia de Madrid, tan céntrica y tan solemne, administra la riqueza familiar aconsejada por cortesanos y apoderados. Pero a la hora de repartir las haciendas comunitarias, la longeva España tiene bastante olvidadas a algunas de sus descendientes.

Son muchos años los que ha cumplido, ya, la recia matriarca. Ha vivido un sinnúmero de acontecimientos y se ha visto obligada a resolver un sinfín de vicisitudes. Tiene tanta historia que recordar, la insigne España, que le queda poca memoria disponible. Y es por eso, y no por maldad, que a la pobre mujer le resulta difícil acordarse de todas y cada una de sus provincias, y como consecuencia, a menudo se olvida de las que son modestas y poco significativas. Y además, como también anda un poco sorda de los dos oídos, hay que gritarle mucho para hacerse escuchar, en esta coyuntura actual, a la veterana España. Y a Jaén, que tiene un timbre no demasiado estridente (su tono es suave y su voz calmada), le cuesta mucho hacerse oír en la corte madrileña, a diferencia de otras comunidades capaces de vocear con gran potencia y de bramar a gritos sus quejas y reivindicaciones.

Y se da la circunstancia de que Jaén también olvida con frecuencia las deudas históricas y las afrentas. Pero en este caso el motivo no es que sufra una patología heredada. La causa es su propia tendencia a no buscar conflictos ni luchas. Bastantes batallas combatió ya en su juventud.

España viaja poco y cuando lo hace casi siempre toma un avión o se monta en el AVE. Y es que está muy ocupada, con un montón de asuntos institucionales, y no puede perder horas y horas en desplazamientos incómodos. Por eso hace mucho tiempo que la vieja patria no visita a su nieta olivarera. Jaén le manda botellas de oro líquido y tarros de aceitunas, y llama con frecuencia a Madrid para invitar a la ilustre progenitora para que la visite y poder mostrarle sus tesoros naturales y artísticos. Pero Madrid comunica casi siempre, o tiene conectado el buzón de voz. Y es que a Jaén nadie le ha dado el número personal de su atareada jerarca, y para poder contactar con ella tiene que recurrir al saturado número de la empresa.

Y Andalucía tampoco le hace mucho caso a su hija del nordeste, siempre ha sido un poco la oveja negra de la familia. Sevilla, la mayor, tan salerosa y narcisista, a veces piensa que Jaén es adoptada, porque le falta carácter, es acomplejada, exhibe a veces una cierta sobriedad castellana, y no tiene la gracia de las otras provincias del sur, tan jaraneras y bulliciosas.

El caso es que entre la amnesia selectiva de la secular España y el desapego afectivo de la comunidad andaluza, Jaén se lamenta, en silencio, del repudio familiar. Y su sicóloga le tiene dicho que no puede seguir así, que tiene que exteriorizar su frustración de algún modo.

Por eso Jaén está aprendiendo a pegar un grito de vez en cuando, o a dar un puñetazo en la mesa familiar, o a patear el estrado en las presentaciones públicas, para que las matriarcas se fijen en ella y recuerden que en un rincón del sudeste hay un amplio territorio que no merece, como ha venido sucediendo durante mucho tiempo, ni menos atención, ni menos apoyo, que el resto de la familia.

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