El Mundial de la vergüenza

17 nov 2022 / 16:00 H.
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Para los que nos gusta el fútbol, un Mundial es una fiesta y un acontecimiento. Lo valoramos especialmente porque es cada cuatro años. La posición del aficionado es sencilla, pues se prepara frente al televisor las tapitas y la cerveza, claro, que no falte de nada: aceitunas, patatillas, unas sardinas en lata, un poco de queso y jamón para pasarse luego al vino... El ritual social y familiar del fútbol no perdona, es casi universal, y ahí están los forofos que no se pierden por supuesto los partidos de su selección, hasta —los más futboleros— aquellos que se chupan tres partidos al día, sea Angola, China o Australia. En mi caso no es para tanto, y no quiero entrar en debates sobre los seleccionados o el seleccionador, porque entonces se me va la columna y ya no voy a lo que voy. Además, el fútbol forma parte de nuestra educación sentimental como ningún otro deporte, y mis más tiernos recuerdos están asociados a partidos del deporte rey, desde la final de la Copa de Europa entre el Liverpool y el Real Madrid, en 1981, hasta Naranjito y el Mundial del 82, en el que España hizo un pésimo campeonato. Tuvo que darse la Eurocopa del 84 y el Mundial del 86 para mejorar la imagen y alegrarnos un poco la vida. Muchos recuerdos y sensaciones, como el mítico partido contra Malta, y no sé cuántas cosas más podría contar. Ahora se acerca un Mundial y, sin embargo, tengo emociones encontradas. Leo a través de alguna prensa especializada y las organizaciones no gubernamentales que se han atrevido a sacar esta noticia a la luz, que ha habido situaciones de trabajo semiesclavistas en Catar, condiciones que han cancelado los derechos humanos y laborales hasta cotas del siglo XIX. Catar, Dubái, Emiratos Árabes, Abu Dabi (jaula de oro y refugio del emérito), Kuwait, Arabia Saudita y no sé cuántos pequeños y grandes países de Medio Oriente. Lo que se cuece en esos lugares donde van multimillonarios y arribistas, donde hay ligas de fútbol como recreo de jugadores que otrora fueron famosos y estrellas, donde las prostitutas de lujo van a ganar miles y miles de dólares en una sola noche, donde todo se compra y se vende, incluidos órganos, donde hay coches con motores de oro, caprichos extremos que ni sospechamos, donde convierten el desierto en un vergel, igual que ponen aire acondicionado a los estadios, donde surgen rascacielos como champiñones en una sola noche, donde las fiestas son bacanales y duran varias semanas, etcétera. Lo que allí se cuece no tiene nombre y no tenemos ni idea. Como estas denuncias sobre las circunstancias escandalosas de los obreros para ultimar campos de fútbol, infraestructuras, hoteles, restaurantes y todo tipo de necesidades para que los gerifaltes de los cinco continentes vayan a disfrutar y a hacer la vista gorda ante tanta injusticia, disparate y sinrazón, solo porque el dinero lo permite y porque todos se postergan ante los petrodólares. El abuso y el racismo que allí se vive y exhibe, ¿no se denuncia? El planeta mira hacia otro lado mientras allí se mueve la basura alrededor de una pelota, la explotación a cualquier nivel, la humillación más descarada hecha realidad. El mundo y el Mundial, más injustos que nunca. Porque lo de este Mundial es lo peor, por cínico, que le ha pasado al ser humano en su historia. Ya de fútbol ni hablamos. Ni de cerveza o tapitas. El Mundial de la vergüenza.

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