El mal gobernante

17 ago 2021 / 17:59 H.
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La mayor tragedia del mal gobernante está en el hecho de que se consume a sí mismo cuando descubre que el pueblo no cuenta con él. Y la mayor tragedia del pueblo es que el gobernante gobierne para el pueblo, pero sin el pueblo (frase acuñada por la nobleza de Carlos III).

La mala gestión y la falta de transparencia pasa desapercibida para un pueblo que asiente y calla y no tiene el coraje de exigir que su gobernante rechace los sobornos y no malgaste el dinero público. El pueblo quiere al frente de la gestión pública a un servidor público que honre su trabajo, que no mienta, cual bellaco que ideas sucias coartadas para justificar su falta de moralidad. Quiere, en definitiva, que por mucho poder político que llegue a poseer, saque la corrupción a la luz y la corte de raíz, o dejará de votarlo. De nada valen las buenas palabras o las conjeturas bienintencionadas, si no se desvive por reafirmarse en que él no llegó a la política para enriquecerse. El pueblo ya está harto de que esta vieja táctica, aparezca en cada una de las legislaturas. ¿Por qué se empeñan en condicionar la libertad de un pueblo que tiene que resignarse a su suerte? Nunca lo sabremos, porque el mal gobernante, sustituye una buena estrategia por una táctica pueril llena de “buenos propósitos” con los que aspira a controlar la progresiva servidumbre de un pueblo que ha perdido la capacidad de escandalizarse. El pueblo debe ejercer una influencia inequívoca sobre la gestión que le afecta más directamente, desea que el mal gobernante no le arrebate sus expectativas de futuro. Imponer criterios dominantes es una táctica que aspira a hacerse con la administración de los recursos económicos de manera poco ética, mientras le dice al pueblo que es libre y soberano sin serlo. Existen gobernantes endiosados que se creen con la obligación de imponer su programa como si éstos fueran una revelación irrefutable. Pero no tienen en cuenta que la fuerza del pueblo regula el comportamiento de un representante que no puede excederse en sus competencias morales y legales. De hecho, el abuso de poder traspasa la línea fronteriza y paradigmática que debe proteger a un pueblo que es el que marca el límite de la acción del gobernante que intenta propasarse en sus funciones institucionales. Justificar lo injustificable para interpretar la ley en perjuicio del pueblo que paga sus impuestos, solo alimenta el absurdo ego del mal gobernante. Hay que entender el estado del bienestar y dejarse ya de tretas políticas que pretenden reducir aún más la libertad de un pueblo que vive desencantado. Está claro que el enemigo del pueblo es el poder político que escamotea sus expectativas y lo fuerza a intervenir en una toma de decisiones con las que pretende esclavizar sus sentimientos, sus ideas y las prácticas que modelan una conducta colectiva. El lema del mal gobernante suele agitarlo aquel que aspira a abusar del poder que ataca por ejemplo la libertad de conciencia y la libertad de expresión a través de un brazo político (redes sociales), con el que quieren reemplazar a los gobiernos con el poder privado. Nunca ha existido un arma tan perfecta con la que imponer al pueblo consignas de engañosa aceptación.

El pueblo tiene que estar bien informado de las consecuencias de sus decisiones, pues no puede ser ignorante y libre a la vez.

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