El lucero de la mañana
Es importante saber lo que uno quiere en la vida, tener clara la vocación y luchar por ella, alcanzar carrera, dinero, familia, fama, gloria, paz... Cada cual lo suyo. La diferencia estriba en el cómo. No es lo mismo vivir la ilusión de la conquista, se logre o no, que la aflicción de la derrota en una victoria pírrica. La ilusión es ese sentimiento íntimo que nos permite disfrutar aun antes de que nuestro deseo se haya cumplido. El tiempo del que disponemos es un misterio, tanto como una certeza que es limitado. Por eso la belleza reside en el viaje, en la felicidad que emana de dentro, que nos conecta con las emociones positivas y nos hace tener fe en nosotros mismos. Y así, al encontrarnos cara a cara con la ilusión, esa misma que una vez brindamos al mundo a manos llenas, nos conmovemos y pensamos: “Ojalá”. Pero conviene no confundir tener ilusión con ser un iluso; como dijo Kipling, “soñar, pero no permitir que los sueños nos dominen”. Ni dejar que la ilusión se torne ambición, como aquel ángel, el preferido, el lucero de la mañana, que, con un concepto demasiado elevado de sí mismo, no llegó a entender que no podía ser como Dios. Es fácil perder la conexión con la realidad y, cuando ocurre, inevitablemente, como al ángel, nos llega la caída.