El lastre de la Lastra

26 nov 2020 / 16:26 H.
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Tengo que reconocer —y se me debe notar— que ni Pedro ni Pablo son de mi agrado. Antes de hacerse los amos, la primera impresión que me dieron, por separado, no fue lo que se dice buena. Igual luego son encantadores, no lo sé. Pero vamos, solo el movimiento de cadera en los andares del primero o la forma de espatarrarse cuando se para el segundo ya me ponen las orejas tiesas. Siendo como son de hechuras diferentes —más apuesto Pedro— ambos comparten un cierto aire de pavoneo, de petulancia, de “aquí estoy yo”, más propio de pistoleros del oeste que de gobernantes prudentes. En osadías irreverentes de lengua viperina gana Pablo con diferencia, pero en decir hoy una cosa y mañana la contraria, Pedro es mucho más rápido. A lo mejor son poses estratégicas de figureo electoralista recomendadas por los rasputines de la Moncloa. Peor me lo ponen. Porque yo soy más del toreo al natural. Curro Romero hacía el paseíllo sin arrogancia y sin embargo era un Faraón el que desfilaba. ¡Y qué bien “vestío”! Aunque parece que Pablo está mejorando el armario. Me contaba mi padre con humor lo que pasó una vez en el casino, cuando Ramón X le arrebató del bolsillo una cuartilla al tímido Ramón Y, provocando la risa del personal cuando leyó el encabezamiento: “Lista de personas de Orcera que me caen mal sin saber porqué”. La verdad es que esas cosas pasan. Tengo ejemplos de excelentes amigos que me caían fatal de primeras, hasta descubrir que detrás de ese chulo arrogante o de esa antipática distante había un caballero o una dama que me apreciaban de verdad. Y lo contrario también se da, por supuesto. Son los hechos los que con el tiempo te van desengañando de una primera impresión equivocada. Es lo que se haga en el ruedo lo que al final tiene importancia. Y aquí y ahora con el SEPE atascado, los sanitarios quemados, los padres agobiados, los profesores despreciados, los alumnos desorientados y los demás acojonados parece que prima más la discusión en los tendidos que la lidia de los problemas. ¿De verdad es este el momento de sacar a la palestra el debate de la educación? Como no tenemos bastante con andar capoteando un “bicho” que cada vez nos pasa más cerca, abrimos aún más el portón del otro virus, el de la discordia, pactando “en pro de la gobernabilidad” de España, con aquellos que —antes matando y ahora sin matar— nunca la dejaron de atacar. Como si no hubiese más alternativas y como si la unidad de una nación no fuese el primer requisito para poder ser gobernada. Yo te apoyo a ti en tu permanencia y tú me alivias a mi el camino de la independencia. Y si nos ponen pegas legales siempre podemos echarle la culpa a las derechas. O a Franco. Que de los experimentados y prestigiosos socialistas —que han reflejado el sentir de la moderada mayoría— ya se está encargando Adriana diciéndoles con una sonrisa que se guarden. Que son ya muy mayores. Demasiadas canas. Y que ya nos les toca. Ahora son el lastre de la Lastra. En fin, que la primera impresión que me dieron estos dos se está quedando muy corta. Y de la historia del casino les cuento el final. Cuando el insolente X leyó la lista dijo con sorna: —hombre Ramón Y, me alegro mucho de no estar en la lista. —No te equivoques. Dale la vuelta al papel. “Lista de gente de Orcera que me cae mal, sabiendo porqué”. Y allí estaba Ramón X. El primero de todos.

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