El laberinto de las aceitunas

    09 jun 2019 / 11:38 H.

    Me he tomado la libertad de rotular esta columna con el mismo título de una novela de Eduardo Mendoza, escritor español de Cataluña, ganador del premio Cervantes, entre otros muchos galardones y reconocimientos, autor teatral y novelista, fecundo y versátil, que sabe conjugar con maestría en sus obras el humor, la sátira, el absurdo y una visión incisiva y escrutadora de las realidades que estamos viviendo en este nuestro tiempo. Uno de los mejores en mi modesta opinión. Pero no me he venido a estas líneas para hablar de su libro, entre otras cosas porque la trama no obedece en ningún momento a lo que a mí me ha sugerido para utilizarlo como encabezamiento. Tengo que confesar, en un primer momento, que soy lego, como muchos otros nativos de la tierra jiennense, en el mundo de la idiosincrasia aceitunera, así como en otras muchas y extraordinarias manifestaciones que nos regala el olivo rey. Si acaso, ejerzo la de disfrutar de un parco conocimiento como humilde degustador de su fruto y su zumo. A partir de esta grata experiencia, asumiendo ignorancia y desorientación, entro en un confuso laberinto de datos, cifras, estadísticas, organizaciones, estructuras, políticas de producción, precios y subvenciones, que consulto e intento comprender con el fin de familiarizarme y alcanzar al menos un conocimiento básico y esclarecido para mantener una opinión, lo mínimo que se podría esperar de un “jaenitante” que está pasando su vida rodeado de olivares. Pero, sin embargo, no acabo de entender, que siendo poseedores de la mayor sabiduría y producción de este árbol ancestral, tan bendecido a lo largo de la historia, el celebrado oro líquido, encomiado por científicos y sanitarios, ensalzado hasta la glorificación por los nuevos taumaturgos de la cocina tradicional y tan colmado en divinas propiedades, no hayamos podido nunca, o de la forma adecuada, ostentar los posibles beneficios y rentabilidades que se correspondan con las bondades que prodiga este cultivo. Muy al contrario, parece que vivimos instalados en un lamento pertinaz, a la par que asumido con fatal resignación. Múltiples factores se indican como causantes de esta paradójica situación, que se supone están siendo analizados, estudiados y desvelados por las distintas organizaciones agrarias, expertos del sector, consejos reguladores, operadores de la cadena alimentaria, consejos sectoriales, asociaciones oleícolas, políticos al uso y funcionarios de las administraciones implicadas, con el fin de encontrar el hilo de Ariadna que nos permita salir del laberinto. Pero, en la actualidad, otra realidad, sin embargo, se impone: estamos como siempre y perdidos como nunca.