El juez Garzón

    29 ago 2021 / 13:21 H.
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    La resolución del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas a favor del exmagistrado de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón (Torres, Jaén, 65 años) supone una nueva corrección por parte de un tribunal judicial o de derechos humanos internacional a la Justicia española. Los jueces españoles han sufrido últimamente algunas importantes matizaciones desde tribunales europeos en casos relacionados con el “procés”, entre otros, nada bueno para una institución que hinca sus pilares en la credibilidad, la imparcialidad y el prestigio. “Me condenaron porque les dio la gana”, acaba de decir Garzón. ¿Necesita alguno de nuestros altos magistrados emprender una labor de reciclaje que arranque por repasar el Derecho Romano? Un juez fue un joven que vio pasar la vida a su alrededor mientras permanecía atrapado delante de un libro de complejas leyes preparando unas duras oposiciones en las que prima la memoria. Durante esos años de sacrificado estudio no pudieron reparar en quién ganó el Premio Planeta, ni seguir series televisivas, ni ir con frecuencia al cine. Un juez es alguien que apagó gran parte de su juventud para pasar el resto de su vida entre legajos y secretarios judiciales, enfrentado a la delincuencia para servir a la sociedad. Todo magistrado se ve permanentemente obligado a ser justo en las sentencias. Trabajan en cierta medida bajo la premisa de Baudelaire: “Hay que ser sublime sin interrupción”. Baltasar Garzón fue durante los años 90 el primero al que los periódicos y las radios denominaron “superjuez” debido a la magnitud de los casos que emprendía. Garzón intentó, sí, ser sublime sin interrupción en su profesión y en la vida. Y ese propósito conlleva peligrosos recelos en este país de la siesta y la envidia. Ha manifestado tras conocer la resolución de la ONU: “Si te han quitado tu profesión, que te la devuelvan. Solicitaré la reintegración en la carrera judicial”. Porque para un vocacional, caso de Garzón, perder la profesión es como perder un trozo decisivo de la existencia, una amputación interna sin anestesia y que duele para siempre, un empujón hacia el vacío personal. Este magistrado fue víctima de las guerras del corporativismo contra la democracia viva, pero, como es de Jaén, o sea, un resistente, emprendió desde 2012, año de la condena por ordenar las escuchas del ‘caso Gurtel’, una brillante y bien trabajada carrera como abogado, defensor de Julián Assange, entre otros. Garzón quiso realizar y no pudo una profunda revisión de los crímenes del franquismo. Ahora las cunetas continúan llenas de víctimas anónimas del Régimen, pero, al menos, la Historia y la verdad han hecho justicia al juez Baltasar Garzón.

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