El Ingenio de la escalera

    11 nov 2019 / 12:02 H.
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    Quizá por esa tendencia que tenemos a admirar aquello de que carecemos, a mí me deslumbra la capacidad de improvisación que algunas personas muestran al conversar. Su réplica resulta siempre rápida y oportuna, sus anécdotas siempre están bien traídas, sus citas tienen una impecable pertinencia. Por mucho tiempo que uno tuviera para pensar, no encontraría una intervención mejor. Distingue Montaigne en sus ensayos entre dos cualidades distintas del don de la elocuencia, aquella de quienes tienen “la facilidad y la prontitud” y la de quienes, “más tardíos, jamás dicen nada que no hayan elaborado y premeditado”. Es a la primera a la que aquí me refiero.

    Se cuenta que un periodista provocó en Roma a Borges preguntándole si en Argentina todavía había caníbales. El escritor contestó: “Ya no, nos los comimos a todos”. Un joven muy feo que se paseaba en un jardín público oyó decir: “Míralo que parece un Esopo”, a lo que respondió: “Y tiene razón, pues que hago hablar a las bestias”. Dos alemanes conversaban en una taberna sobre el “año platónico”, cuando todo volvería a su antiguo estado, y dijeron al tabernero que tras dieciséis mil años estarían de nuevo bebiendo en ese mismo día, y que les fiara el vino hasta entonces; el tabernero respondió: “De acuerdo, pero como hace exactamente dieciséis mil años que estabais bebiendo aquí y os fuisteis sin pagar, pagadme lo atrasado y os fiaré lo que ahora estáis bebiendo”. Cuando el médico le preguntó a Bernard Le Bovier de Fontenelle qué sentía, el longevo académico francés, contestó: “Una cierta dificultad de ser”. En este último caso, nos hallamos ante un género de la improvisación: el de las últimas palabras. Y es que, aunque parezca lo contrario, el final de la vida puede favorecer la bella y ajustada frase. Pero este género requiere y merece un artículo aparte.

    Quedémonos en la facilidad espontánea para la expresión aguda que se produce en un debate, en una conversación o en una tertulia ligera y divertida. Tal virtud era muy apreciada en los salones parisinos, una institución que tiene sus orígenes en el siglo XVII con el de madame de Rambouillet, y de la que todavía hace un siglo quedaban los ejemplos que inspiraron los salones que aparecen en la obra del ensayista, novelista y crítico francés, Marcel Proust. En ellos la conversación ha de ser ingeniosa, chispeante, rápida, de transiciones veloces.

    Se pasa con celeridad de un tema a otro, se pregunta y se responde sin solución de continuidad. Como decía un cronista, «cada frase recuerda un golpe de remos, leve y a la vez profundo». Tal vez por ello fue precisamente en el auge de ese mundo de los salones cuando Denis Diderot, en su obra “Paradoja del comediante”, acuñó una expresión que define perfectamente cómo nos sentimos aquellos que, no teniendo esa facultad de una respuesta a un tiempo ingeniosa y célere, somos capaces no obstante de hallarla, aunque cuando ya es demasiado tarde y resulta, por tanto, inútil. Diderot habló de “l´esprit de l´escalier”, algo así como “el ingenio de la escalera”, para referirse a este fenómeno.

    La escalera que se nombra es la de la tribuna, pues es ahí, bajándola, donde se nos ocurre la respuesta ingeniosa que ya no podremos proferir. Quien se ha encontrado en esa situación, conocerá la sensación, mezcla de frustración y de orgullo, que lleva consigo. Es como tener un dinero que no se puede gastar. El escritor español Enrique Vila-Matas persiguió a un tipo para recrear con él una situación ya vivida y así tener la oportunidad de replicarle a unas palabras que en su momento lo dejaron “mudo y humillado”.

    Por mi parte, tengo la impresión de haber escrito más de una historia para resarcirme de algún momento en el que no encontré las palabras adecuadas, que sin embargo descubrí brillantes, perfectas, cuando todo había pasado y ya eran inservibles. En la ficción mi respuesta lucía a su debido tiempo. Así que cuando Ambroise- Paul Toussaint- Jules Valéry dice que la literatura es la venganza de l´esprit de l´escalier, entiendo perfectamente a qué se refiere.

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