El hábito

11 oct 2019 / 08:57 H.

Alo largo de toda mi vida leí y escuché que Dios creó a Adán y Eva desnudos. No había motivo para sentir vergüenza. De eso hace ya mucho tiempo y hay que ver lo que ha progresado la sociedad. Después de la hoja de parra surgieron las modistas, costureras, sastres, diseñadores, hasta llegar a esta época de la medida industrial. La ropa ya se compra hecha y, a veces, no es fácil elegir de entre tal cúmulo de vestidos y trajes ideados. Unas de las prendas que goza de más historia quizás sea el hábito. Hasta fue merecedor de algún refrán como ese de que “el hábito no hace el monje”. Es un acertado refrán que me hubiera gustado ser yo el inventor. Pero mi inteligencia no da para tanto, aunque sí se me ocurre otro que podría decir, que en demasiadas ocasiones “ni el hábito dignifica a la persona y ni la persona dignifica el hábito”. La historia de la civilización humana parece que es tan redonda como la Tierra y, cuando se le da una vuelta completa, se vuelve al principio. Tal vez, por eso la desnudez se va imponiendo y no les extrañe que dentro de muy pocos años veamos a hombres y mujeres pasear por las calles –ya se ve en muchas playas- tan desnudos como cuando Adán y Eva paseaban por el Paraíso. Es el progreso que retrocede y vuelve a sus inicios. Pero, no faltan quienes aún les dan importancia a la ropa que visten para según qué ocasión. Se procura ir elegantes, de gala, a una boda, donde se brinda por el futuro de dos personas y se asiste en mangas de camisa al Parlamento donde se dilucida el futuro de un país. Ya ven a Pablo Iglesias, que acude a su escaño e incluso a ver al rey con una camisa de colores y, sin embargo, asistió a la gala de los Premios Goya luciendo un smoking. Francamente, ni me importa, ni debo ser yo quien juzgue la manera de vestir de cada quien. Si el alcalde de Jaén quiere llevar corbata o no, según a qué acto, allá él. A nadie perjudica. Tampoco yo soy muy adepto a la corbata y prefiero el pañuelo, que es más flexible y aprieta menos el cuello. No me importaría que la gente vaya donde quiera como quiera. Si quieren ir desnudas, que lo hagan. Ya lo vimos todo y no hay que alarmarse. Sí, me gustaría que, con ropa o sin ella, fuesen todos al Congreso, a las autonomías, a las alcaldías y a todos los lugares limpios, sobre todo de conciencia. Pero ese hábito no existe todavía una marca de confecciones que lo ponga de moda.