El Gobierno y Franco

19 ene 2025 / 09:38 H.
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Se pondrá amarillo el tiempo sobre mi fotografía”, escribió Miguel Hernández en la cárcel franquista. Y el tiempo, los años, las décadas, dejaron también amarilla la imagen de Francisco Franco, pero en noviembre se cumplirán 50 años de la muerte del dictador, el César Visionario, que decía Francisco Umbral, y el Gobierno ha programado una serie de actos bajo el título de ‘España en libertad’ para recordar aquella dictadura, con el objetivo de que no se repita. El PP y Vox han reiterado que no participarán. Alguien escribió que el azar y la necesidad lo rigen todo en los destinos humanos, y el PP acusa al PSOE de tratar de tapar con Franco la polémica judicial que persigue a Pedro Sánchez. El PP (entonces Alianza Popular) tuvo una participación decisiva durante la Transición para la llegada de la democracia, porque Manuel Fraga, como la mayoría de los políticos de entonces, entendió que el personal buscaba “su pan, su hembra y la fiesta en paz”, es decir, la libertad sin ira que cantaba el grupo Jarcha, que la gente no quería ni franquismo ni revolución, sino trabajo y tranquilidad. Fraga fue ministro de Franco, pero leyó acertadamente el futuro, y llegó a presentar en el Ateneo madrileño un libro de Santiago Carrillo, con quien mantuvo una simpatía personal casi clandestina. Pero José María de Areilza, que apostaba por una política más centrista que la defendida por Fraga, y durante algún tiempo creyó que ocuparía el cargo que fue para Adolfo Suárez, manifestó una mañana que Fraga era, efectivamente, un animal político. Y añadió. “Pero muy animal”. Es decir, los políticos de la Transición tampoco andaban oralmente cortos.

De los actos de “España en libertad”, de los que se conoce poco a nada, porque ni siquiera se ha anunciado el presupuesto, se espera que tengan un sentido docente de la atmósfera del franquismo, ese miedo invisible instalado en las aceras, aquel tono gris que invadía la vida, como si todos los días amanecieran nublados, aunque bajo el sol de Torremolinos aguardasen calurosamente la llegada de las suecas. Porque Franco significó, entre otras cosas, exclusión. No había dos Españas, sino muchas Españas, porque algunos habitaban con desesperación en la “Historia de una escalera”, de Buero Vallejo, que se repone en el madrileño Teatro Español, pero otros incluso se refugiaban en el subsuelo de la vida, porque estaban perseguidos o no llegaban en su miseria ni al suelo. El Gobierno quiere hablar de Franco, pero ahí existen inquietantes aristas, porque, en el contexto de Franco, Vox, el partido que más crece en las encuestas, se mueve como pez en el agua. Y en la rapidez de los días, sin tiempo para reflexionar detenidamente sobre nada, un contertulio radiofónico progresista defendió la otra noche que “Franco no era fascista”. En la ceremonia de la confusión actual hay que argumentar detenidamente determinadas cuestiones. Pero el PSOE habla de Franco y el PP de ETA. Y la casa sin barrer, entre otras cosas, porque muchísima gente no tiene una vivienda que barrer. La vida de la calle discurre por cauces distintos a Franco y ETA. La sanidad, por ejemplo, está maltrecha, y los servicios de Urgencias colapsados por la epidemia de gripe. España fue y es como la vaquilla que ideó Luis García Berlanga en su película. La vaquilla que tanto codiciaban unos y otros, y acabó muerta, con sus huesos devorados por el polvo de los descampados. Aniquilada. Metáfora de España. Y, para colmo, ahora, Franco.



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