El gimnasio del fracaso

15 may 2024 / 08:56 H.
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Me he apuntado al gimnasio del fracaso. La vida es una sucesión de contratiempos y quiero estar preparado para ser capaz de afrontarlos. Tengo que ponerme en forma para poder hacer frente a todos los reveses que me esperan.

Necesito entrenarme a conciencia. Por eso, cuando he sabido de la inauguración del flamante nuevo centro deportivo que han abierto en la Calle Desengaño, no me lo he pensado ni un instante. Me he plantado en la puerta para probar las instalaciones. Había cola. La espera ha sido larga. Pero puedo decir con orgullo que ha valido la pena.

Estaba muy motivado, y por eso, nada más entrar, me he colocado unos guantes de boxeo y he golpeado, con todas mis ganas, las ambiciones y los anhelos. Después de un buen rato de ejercicio, me he sentido mucho mejor, más liberado. Pero no ha sido suficiente. Es importante perseverar. Hay mucha gente que se apunta siguiendo la moda del momento, porque pretenden adelgazar sus desilusiones por si tienen que mostrarlas en público.

Yo, sin embargo, acudo por convicción. Necesito entrenarme a fondo. Por eso me he sacado un abono de socio. Soy una persona comprometida. Y me ejercito a diario, con vigor, en el gimnasio del fracaso. De hecho mi entrenador personal me ha preparado una tabla para cultivar mi desencanto. Es una rutina que repito hasta la extenuación, durante la jornada laboral. Levantando las pesadas cargas diarias, practico sin descanso el culturismo de la derrota. Además, en la cinta de correr, me esfuerzo y sudo y acelero, rumbo a ninguna parte. Y en la bicicleta estática tenso mis músculos, sin cesar, con la mirada fija en el horizonte. Un día y otro día y otro día, mis piernas se mueven a un ritmo endiablado sin lograr avanzar ni un solo centímetro. De este modo me inmunizo ante el previsible estancamiento de mi carrera profesional.

Ejercito con toda mi energía los músculos de la frustración. Me dejo llevar por la épica de lo imposible. Y para refrescarme, después, me zambullo en la piscina de la desilusión. Recorro a lo largo y a lo ancho mis limitaciones. Y al final del entrenamiento, me hundo y toco fondo, sin remedio. Y son muchos metros de profundidad, hasta llegar a lo más hondo de mi naufragio. Pero inevitablemente vuelvo a la superficie y respiro y constato que unas bocanadas de aire, son el mayor y más deseable tesoro. He estado a punto de ahogarme, pero toso y expulso todos los anhelos y las ansias que me dejaban sin aliento.

Sudo. Mucho. Y extenuado, tomo asiento, en la sauna de la rendición. Comparto, allí, mi resignación con otros cabizbajos gimnastas de la derrota. Me estoy convirtiendo en un auténtico atleta del desapego, en un virtuoso de la despreocupación. Mis entrenadores están muy orgullosos, porque he desarrollado tanto el músculo del escepticismo que los golpes del destino apenas me afectan, por muy fuertes que sean.

De hecho estoy planteándome el presentarme a competiciones. Aunque, ahora que lo pienso, puede ser muy arriesgado, porque imaginad por un momento que gano alguno de esos enfrentamientos. No es fácil, ya lo sé, pero puede pasar. Y si ocurre, si me convierto en ganador, si resulto vencedor, en ese caso, todo mi entrenamiento no habría servido para nada. Y tendría que empezar, otra vez, de cero, en el gimnasio del fracaso.

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