El gimnasio

    14 oct 2019 / 10:09 H.

    A estas alturas, los gimnasios, cuyo agosto lo tienen en enero y en septiembre, los meses de los buenos propósitos, ya se habrán quedado con sus clientes habituales. Aun así, el gimnasio es uno de los lugares más frecuentados en nuestra sociedad. Conviene, pues, echar un vistazo a su interior por si nos dijera algo sobre nosotros y nuestro mundo. Paseando los ojos por sus salas y máquinas, nos damos cuenta de que dos visiones del mundo se entrecruzan. Una es la propia de la modernidad. La otra, la propia de la actualidad. La modernidad nació allá por el siglo XV (por poner una fecha, aunque imprecisa, unitaria, pues en unas cosas se originó antes y en otras después). La nueva manera de pensar que significa esta era en la historia de occidente, y que se aleja del mundo medieval, ha sido objeto de innúmeros debates. A quienes se dedican a estas cuestiones preocupa saber si ahora acabamos de entrar en una nueva era, a la que llaman “postmodernidad”, o si esta no es más que una figura más que ha adoptado el espíritu que se inició cuando se inventó la imprenta, cuando cayó Constantinopla, cuando se descubrió América o cuando empezó a decirse que era la Tierra la que se movía alrededor del Sol, y no al contrario. En el espacio de este artículo no se pueden ni plantear los términos de la cuestión (hay que volver ya al gimnasio), pero podemos acordar que hay algunas diferencias significativas entre la modernidad y el siglo XXI. Iremos aclarando lo propio de ambos mientras observamos el interior del gimnasio. La modernidad está sustentada en la matemática, y la cuantificación es su gran herramienta. Las ciencias que estudian los distintos aspectos de la naturaleza, especialmente la física, han echado mano de las matemáticas no solo para comprender el mundo, sino para dominarlo. También las ciencias que estudian lo humano, como la economía, la sociología, la psicología o la pedagogía, utilizan con profusión e incluso orgullo fórmulas, cifras, estadísticas, tantos por ciento. El cociente intelectual es un número que pretende medir la inteligencia. Si ahora miramos los aparatos que encontramos en un gimnasio, veremos que su función es precisamente calcular, registrar, medir. Su propia apariencia, impoluta y esquelética, recuerda el mundo geométrico de Descartes (uno de los fundadores de la modernidad), que era, sin más, el mundo, pues sus otros aspectos, como el sabor o el olor, eran estrictamente subjetivos. Añadamos un elemento más. Los aparatos del gimnasio reproducen la realidad: el camino que uno recorre andando es ahora la superficie de una cinta de correr, la bolsa de la compra que sostengo con esfuerzo se ha convertido en una pesa con su equivalente en kilos. Pero no solo se ha remedado la realidad, sino que se la ha corregido, liberándola de molestas imperfecciones. Ese idealismo que se aleja de lo particular y los matices constituye también un rasgo propio de la modernidad. Pero, del mismo modo, nos encontramos en el gimnasio la visión que del mundo tiene el presente. Así, los aparatos guardan otra relación con la realidad: no es ya que la reproduzcan o que la imiten, no es solo que la corrijan, es que la sustituyen y la crean, la virtualizan. Corremos kilómetros, pedaleamos durante minutos y, al terminar, no nos hemos movido de nuestro sitio. Nos hemos movido sin movernos. Sin duda, a algún emprendedor del sector no tardará en ocurrírsele la inclusión de paisajes virtuales a elección del cliente que quema calorías. Ese movimiento real en la virtualidad (el mismo que permite la videoconsola Wii) nos habla de la reducción de la experiencia de la realidad a una experiencia de imágenes. Y ahora el epílogo. Encerrados en una habitación, uno se ha esforzado, ha sudado, ha gastado la energía sobrante. Es el momento de coger el coche para llegar a casa, dos calles más allá.