El fracaso del éxito

    26 sep 2022 / 16:13 H.
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    Como no hay luz sin sombra, los premios Nobel originaron la suya en el año 1991. Desde entonces se vienen otorgando los Ig Nobel, una suerte de parodia de los primeros, que premian aquellas investigaciones, publicadas en revistas de prestigio, que “primero hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar”. En 2018, por ejemplo, el galardón de Medicina fue para un equipo estadounidense que probó que una montaña rusa que hay en Disney World en Orlando es efectiva para eliminar cálculos renales, obteniendo mejores resultados si se iba en la parte trasera. El de Antropología recayó entonces en un estudio que demostraba que en los zoológicos los chimpancés imitan a los humanos con tanta frecuencia como los humanos los imitan a ellos. Los galardonados de este año ya se han dado a conocer, y, si bien todos son chocantes, voy a seleccionar dos de ellos. El premio de Literatura ha sido para un estudio que demuestra que lo que hace ilegibles los textos jurídicos no es el uso de conceptos técnicos, sino lo mal escritos que están. Tras analizar 10 millones de palabras usadas en contratos, los investigadores descubrieron que contienen “proporciones sorprendentemente altas de ciertas características [lingüísticas] difíciles de procesar”. Conclusión que no sorprenderá al lector.

    El Ig Nobel de Economía ha sido para un equipo que ha tocado un asunto polémico: el mérito y el éxito. La pregunta que subyace a esta investigación es clásica: ¿triunfan los mejores? Dicho de otro modo: ¿es el éxito justo? El refranero avala esta postura: El buen paño en el arca se vende. Algunos consejos secundan esta idea: trabaja, y al final serás recompensado; tarde o temprano, se reconocerá tu talento y tu esfuerzo. ¿Es esto así? ¿O más bien ocurre lo contrario? Lo que triunfa, se dice de hecho, es lo barato, lo fácil, lo burdo, hasta lo zafio. Quien llega a lo más alto es quien menos escrúpulos tiene y toda la energía que gasta en maquinar su ascenso es la que no dedica a su formación y trabajo. El estudio no llega tan lejos. Lo que dice es que la suerte interviene más de lo que pensamos: “Nuestro modelo muestra que, si es cierto que se necesita cierto grado de talento para tener éxito en la vida, casi nunca las personas más talentosas alcanzan las cimas más altas, siendo superadas por individuos medianamente talentosos, pero sensiblemente más afortunados”. Creemos otorgar “honores y recompensas” a los más competentes, dando lugar a una “meritocracia ingenua”. La deformación profesional hace que al leer “honores y recompensas” venga a mi memoria el momento en que Platón se pregunta qué pensaría el prisionero liberado de la caverna al recordar a sus antiguos compañeros de cautiverio: “Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas” para los expertos en sombras, ¿los desearía? Porque esa es la cuestión si hablamos de éxito y fracaso. Puede que Proust sea menos leído que un plano best seller, pero eso no significa que tenga menos éxito literario, si, en vez de entender por tal el dinero o el número de lectores, entendemos el logro de lo que se proponía (su proyecto era tan claro como arduo), o el reconocimiento por parte de los que contaban para él. La pregunta se torna más seria si lo que planteamos es si han quedado otros Proust en el olvido. Que Kafka acabara imponiendo su genialidad (aunque, pese a lo que se piensa, no fue tan ignorado en su tiempo) no es un argumento a favor del refrán del paño en el arca, porque solo podemos contar con lo conocido. De lo desconocido, por definición, nada sabemos. Habría que demostrar que escritores de esa talla no fueron preteridos, y eso nos llevaría a preguntarnos si parte de la grandeza de una obra es lo que los lectores y otros escritores han hecho de ella, su influencia, con lo que nos adentraríamos en los laberintos teóricos de la literatura que recorre Compagnon en El demonio de la teoría, lo que, no teman, no vamos a hacer porque este artículo ya se acaba.

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